Durante décadas se ha investigado por qué dormimos y, hoy en día, se sabe que el sueño es fundamental para numerosas funciones biológicas del cuerpo. Sin embargo, a pesar de los avances en su comprensión del sueño, la mayoría de las agendas nacionales de salud pública no reconocen su importancia. Por ello, un equipo de expertos ha publicado el estudio ‘The need to promote sleep health in public health agendas across the globe‘, con el fin de hacer un llamamiento a la acción e impulsar la implementación de políticas de salud del sueño.

Este estudio evidencia la irregularidad existente en los datos globales. De los 194 miembros de la Organización Mundial de la Salud (OMS) solo 43 han recopilado datos sobre la duración del sueño de su población general. Esto contrasta con la cantidad de datos compilados sobre otros aspectos, como la inactividad física o el consumo de tabaco. Esta desigualdad es preocupante dado que la deficiencia de sueño es un factor de riesgo establecido para numerosos problemas de salud. La Academia Europea de Neurología y la OMS han reconocido que el sueño es determinante en la salud del cerebro. Y la Asociación Estadounidense del Corazón ha añadido la duración del sueño como uno de los ocho factores clave para una salud cardiovascular óptima.

Desde desordenes neurológicos a cáncer

La deficiencia de sueño se puede caracterizar en tres grupos: sueño insuficiente, es decir, aquel que dura menos de seis horas por noche; alteraciones del sueño, como el que es irregular o está acompañado de pesadillas; y los trastornos del sueño, como el insomnio, el síndrome de piernas inquietas y la apnea del sueño.

Los expertos señalan que la falta de sueño se ha relacionado con un mayor riesgo de diabetes gestacional, obesidad, diabetes, enfermedad de las arterias coronarias y mortalidad cardiovascular. Además, la pérdida de sólo una hora de sueño durante la transición al horario de verano va seguida de un aumento en el riesgo de ataque cardíaco durante los próximos tres días.

La deficiencia de sueño se ha asociado con una respuesta inmune deteriorada a las vacunas y a un mayor riesgo de COVID-19, tuberculosis y resfriado común. Dado que el sistema inmunológico desempeña un papel clave contra el cáncer, la falta de sueño puede provocar una respuesta inmune débil que podría resultar en una mayor progresión de la enfermedad. Estos trastornos contribuyen a sufrir un aumento del riesgo de alzhéimer y demencia debido a que disminuye la capacidad de eliminación de desechos de β-amiloide.

Factores ambientales y sociales

Las consecuencias del estrés ambiental, como el que sufren algunas personas debido a los daños causados ​​por el cambio climático, pueden aumentar el cortisol y la norepinefrina. Esto incrementa la actividad del sistema nervioso simpático y afecta negativamente al sueño y a la salud. En el estudio se determina que la deficiencia del sueño también se refleja en función del nivel social. Por ejemplo, la falta de sueño puede deberse a estar sufriendo tensión por causas financieras o estrés psicológico.

Los entornos sociales y físicos desfavorecidos, combinados con la vulnerabilidad individual, podrían tener efectos sinérgicos en los costes económicos de la falta de sueño. Alguien con trastorno de estrés postraumático podría tener deficiencia de sueño, un bajo funcionamiento durante el día y, en consecuencia, mayor absentismo laboral y mayor uso de la atención médica. En pocas palabras, mejorar la salud del sueño podría mejorar la equidad sanitaria general.

Los expertos comparten tres recomendaciones para dar a los problemas del sueño la relevancia que merecen mediante políticas de salud del sueño. En primer lugar, educar para concienciar sobre el sueño y la salud circadiana. En segundo lugar, recopilar y centralizar datos estándar sobre el sueño y los ritmos circadianos en cada país. Y, por último, implementar políticas, que incluyan iniciativas de salud del sueño para avanzar en las agendas de salud pública.


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