La epilepsia es una enfermedad neurológica que afecta a 50 millones de personas en todo el mundo y se estima que al menos un 25 por ciento de la población adulta que la padece sufre discriminación. En este sentido, Juan José Poza, coordinador del Grupo de Estudio de Epilepsia de la Sociedad Española de Neurología (SEN), explica a Gaceta Médica las claves de esta patología y las necesidades existentes para un correcto diagnóstico y control con motivo del Día Internacional de la Epilepsia.

En España, alrededor de 400.000 personas sufren epilepsia y, aunque puede afectar a personas de todas las edades, es más habitual en personas mayores de 65 años y en niños. De hecho, se estima que cerca de un 10 por ciento de los niños padecen esta enfermedad y, en adultos, la prevalencia aumenta significativamente a partir de los 60 años hasta afectar a cerca de un 30 por ciento de los mayores de 80 años.

De acuerdo con Poza, “el proceso de diagnóstico muchas veces se produce cuando el paciente sufre una crisis generalizada atómico crónica y acude al médico. Se le realiza un interrogatorio dirigido, donde nos cuenta otros episodios de alteración de conciencia, que, aun habiéndose dado cuenta, no sabía interpretar y no había consultado por ello, o directamente era poco consciente de que tenía este tipo de trastornos”. Posteriormente, en base a los datos obtenidos, Poza señala que “se hace un electroencefalograma que detecta la actividad eléctrica anormal en actividad epiléptica y muchas veces también hay que hacer una prueba de imagen, habitualmente una resonancia, para descartar que haya alguna alteración anatómica que predisponga a tener crisis epilépticas”.

Infradiagnóstico de la epilepsia

Según datos de la SEN, en niños y adultos mayores se produce un importante infradiagnóstico de la enfermedad, aunque el proceso diagnostico es igual para ambos, existen algunas peculiaridades. “Los niños con más frecuencia tienen síndromes epilépticos de base genética o metabólica. En estos casos hay que incluir, dependiendo de la edad, determinados estudios genéticos o metabólicos”, explica Poza, que añade que “los metabólicos se realizan generalmente en la infancia muy precoz, en niños de menos de un año e incluso en recién nacidos. En cambio, los genéticos se llevan a cabo a lo largo de toda la infancia”.

Uno de los problemas acuciantes de esta patología es que, en algunos casos, el retraso en el diagnostico pueda alcanzar los 10 años. Tal y como explica el neurólogo, “esto se debe a que hay crisis que pueden pasar desapercibidas y, en ocasiones, como la epilepsia es una enfermedad intermitente puede ser que no se lleguen a detectar manifestaciones en el electroencefalograma, porque justo en el momento de la prueba no se presenta esta actividad epiléptica”. En este sentido, el diagnóstico a veces se debe hacer en base al testimonio de terceras personas presentes durante las crisis, lo que dificulta esta labor y puede llevar a confundir lo sucedido con síncopes u otro tipo de alteraciones.

Poza indica que “es necesario poder hacer el diagnóstico más preciso y disponer de las técnicas diagnósticas cuando es oportuno, es decir, tener bien organizada la atención urgente de las crisis epilépticas”. En esta línea destaca el “código crisis”, que ya ha empezado a funcionar en la Comunidad de Madrid.

Desigualdad en el acceso

A pesar de la prevalencia de esta enfermedad neurológica, en España no todos los pacientes pueden acceder en igualdad de condiciones a las pruebas diagnósticas. “Generalmente es un problema de financiación y de organización”, indica el experto. “Hay pocos centros que dispongan de la posibilidad de hacer un electroencefalograma 24 horas al día, la epilepsia es una enfermedad que es intermitente y la máxima expresión en el encefalograma es en las horas posteriores de haber tenido una crisis. Si no tenemos la posibilidad de hacer este registro encefalográfico en ese momento y, aunque lo hagamos diferido, es posible que no encontremos las manifestaciones típicas de la epilepsia”, apunta Poza.

“Hay pocos centros que tengan la posibilidad de hacer un electroencefalograma 24 horas al día, la epilepsia es intermitente y la máxima expresión en el encefalograma es en las horas posteriores de haber tenido una crisis. Si no tenemos la posibilidad de hacer este registro encefalográfico en ese momento es posible que no encontremos las manifestaciones típicas de la epilepsia”

En este sentido, desde la SEN llevan años insistiendo en la necesidad de realizar pruebas diagnósticas a todos los pacientes sospechosos de sufrir esta enfermedad, sin embargo, a pesar de que existe conciencia sobre esto, la dificultad reside en la organización.

“En ocasiones lo que hay que hacer es una monitorización prolongada, es decir, tener al paciente ingresado con el registro electroencefalográfico y con el registro de vídeo para poder registrar los eventos críticos que presenta. Pero hay pocas unidades que puedan llevar a cabo este tipo de monitorización y muchas veces tienen una lista de espera muy larga”, indica el neurólogo.

Luchar contra la farmacorresistencia

Actualmente, hasta un 70 por ciento de las personas que padecen epilepsia pueden conseguir controlar adecuadamente la enfermedad. De hecho, acceder al tratamiento correcto es esencial para tratar de evitar la discapacidad y muchas de las comorbilidades asociadas a esta patología. En un 50 por ciento de los casos que se dan en pacientes adultos, la epilepsia va ligada a trastornos psiquiátricos, neurológicos y/o intelectuales. Por otra parte, entre un 30-40 por ciento de los niños con epilepsia ven afectada su capacidad intelectual.

En este sentido, se estima que más de 100.000 pacientes de epilepsia en España presentan resistencia a los tratamientos. Para estos pacientes existen diversas opciones. “van apareciendo fármacos nuevos, algunos con características específicas para algunos tipos de epilepsias farmacorresistentes, lo que permite rescatar a algunos pacientes. También se han desarrollado mucho las técnicas quirúrgicas que permiten, en algunos casos mejorar el control de las crisis y luego también se está investigación bastante en lo que se llama neuroestimulación, es decir, estimulación eléctrica en determinadas zonas del cerebro o de los nervios craneales”, explica Poza.

En la práctica clínica está muy instaurada una técnica de neuroestimulación centrada en el nervio vago, pero actualmente se sigue buscando desarrollar otras técnicas de estimulación, fundamentalmente dirigidas al tálamo. No obstante, sigue siendo necesario profundizar en investigación. “Necesitamos más conocimiento sobre los mecanismos de la epileptogénesis por los que se genera la epilepsia. Si fuéramos capaces de predecir que pacientes tras una lesión cerebral van a desarrollar crisis, podríamos instaurar un tratamiento precoz o modificar la cascada de acontecimientos que va a llevar a que el paciente desarrolle la epilepsia”, concluye el neurólogo.


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