Por Rosa María Muñoz-Cano, especialista del Servicio de Neumología y Alergia del Hospital Clínic.

La anafilaxia, tal como define la World Allergy Organization (WAO), es la manifestación más grave  de una alergia y puede poner  en riesgo la vida del paciente. La anafilaxia se considera una  de las manifestaciones agudas (un síntoma) de diversas enfermedades crónicas como son la alergia a alimentos o a venenos de himenópteros (abejas/avispas).

La  prevalencia  de  alergia  alimentaria  se estima  que  se sitúa  entre   el  1-3%  de  la población general, alcanzando cifras del 8% en la población pediátrica, y su incidencia se ha  incrementado en  los últimos 10  años, sobre todo  en  niños. Considerando que globalmente el 30%  de  las anafilaxias son de  causa alimentaria, que  hasta el 40%  de los  pacientes  con  alergia  alimentaria  presentan una  anafilaxia  como  manifestación clínica, y que los alimentos son los que se relacionan con mayor tasa de recurrencia de anafilaxia, podemos afirmar que  se trata de un problema de salud a considerar.

En la historia natural de la alergia alimentaria podemos observar diferentes situaciones, que van de la persistencia de la alergia a lo largo de la vida del individuo, al incremento de la gravedad de las reacciones con un mismo alimento, hasta la aparición de nuevas alergias alimentarias. De  forma más excepcional, principalmente en  niños, la alergia puede llegar a desaparecer.

Los alérgicos  a  alimentos  presentan grandes dificultades  para   evitar  los desencadenantes de sus reacciones por diversos motivos. Por un lado, con frecuencia se presentan alergias  a múltiples  alimentos,  por otro,  muchos alérgenos alimentarios pueden estar ocultos en  productos procesados,  ya  que  muchos de  ellos no  son de declaración obligatoria. Este es el caso de nuestra población, con un gran porcentaje de alérgicos a frutas y alimentos vegetales, la mayoría de los cuales no hay obligación de declarar.  Además,  los  alimentos  pueden estar  contaminados  con   otros  alimentos aparentemente seguros, hecho que  puede producirse durante su manipulación, por ejemplo, en centros de restauración o comedores escolares.

Múltiples estudios han demostrado que los pacientes que han sufrido una anafilaxia, así como sus cuidadores, tienen una peor calidad de vida. De hecho, los adolescentes y las madres de  niños con  anafilaxia son poblaciones que  sufren especialmente el impacto de esta enfermedad.

La  adrenalina  es el  medicamento  de  elección  en   el  tratamiento  de  la  anafilaxia. Considerando  que   la  anafilaxia  es  una   reacción  muy   grave   y  evoluciona  muy rápidamente, es de  vital importancia que  los pacientes reciban el tratamiento lo antes posible.  Por  este motivo, las guías de  práctica clínica nacionales e  internacionales recomiendan que los pacientes dispongan de autoinyectores de adrenalina.

La  prescripción de  un  autoinyector debe realizarse en  cualquier paciente que  haya sufrido una  anafilaxia. Además, se debería prescribir en ciertos pacientes que,  pese a no  haber presentado previamente  una   anafilaxia,  si  presentan comorbilidades  que incrementan el riesgo para  desarrollar una  anafilaxia grave, como  el asma (grave  o inestable) o la mastocitosis. En algunos individuos con antecedente de reacciones leves- moderadas y alergia a alimentos que se han relacionado con un alto riesgo de anafilaxia (cacahuete, marisco…), y aquellos que,  pese a  no  haber presentado una  reacción anafiláctica, tengan un difícil acceso a un centro  sanitario, también serían tributarios de portar un autoinyector de adrenalina.

Sin embargo, el uso de autoinyectores de adrenalina está poco generalizado, incluso en aquellos pacientes que  han  presentado una  anafilaxia, ya que,  por lo general, no se produce un diagnóstico adecuado de esta patología crónica. Así, los datos actuales son preocupantes, ya que  solo alrededor del 45% de los pacientes recibe una  prescripción de adrenalina al alta tras haber sufrido una  anafilaxia, y apenas un 20% son derivados a  un  especialista en  alergología para  ser evaluados y realizar el seguimiento de  su enfermedad.