| viernes, 31 de mayo de 2019 h |

Comienza la final del baile de máscaras que se inició el pasado 28 de abril. Con todas las cartas (o votos) sobre la mesa, cada partido busca la fórmula que le permita hacerse con mayor trozo del pastel. En juego están muchos gobiernos y, por ello, también la fórmula final que se disponga para el Ejecutivo nacional. Porque los mensajes han variado bastante desde comienzos de mayo a hoy y la victoria depende de lo bien que se sepa construir el relato político.

Lo que está claro es que la ciudadanía ha votado a favor de gobiernos de coalición o, como mínimo, a conjunciones programáticas entre varios partidos. Pero también ha votado por una coherencia respecto a los mensajes lanzados durante las distintas campañas. La cuestión es si la coherencia debe responder a un componente ideológico o a una correlación de fuerzas que identifique a una mayoría social. Al cóctel habría que sumarle el carácter individual de cada comunidad autónoma y, bien agitado, puede dar un resultado que, a priori, se entienda poco.

Pensemos por un momento en Castilla y León, que es una de las comunidades donde más dudas existen sobre el nuevo gobierno. Allí Ciudadanos es la llave para formar gobierno con el PSOE (partido más votado) o con el PP. La lógica política haría pensar que los ‘naranjas’ apoyarán a los populares, aunque ya ha habido cantos de sirena dirigidos hacia los socialistas. Es puro tacticismo político con el objetivo de arrancar el mayor peso posible en el futuro ejecutivo autonómico. Pero, a veces, las cuerdas se rompen por tensarlas demasiado y eso es precisamente lo que no perdonan los votantes. Pregúntenle a Pablo Iglesias.

Como en Castilla y León, otro de los escenarios parecidos es Madrid. Aquí la lógica parece indicar que a Ciudadanos no le queda más camino que apoyar al Partido Popular. Entre otras cosas porque ya lo hizo hace cuatro años y porque, en una materia tan importante a nivel autonómico como la sanitaria, la comunidad ha ido viento en popa. Un giro radical, tras una campaña como la que han hecho, sería un fraude.

Pero lo más llamativo de estos dos casos es que ahora ya sí valen los ‘pactos de perdedores’ que tanto criticaron ayer sus protagonistas de hoy. En realidad nunca se debió cuestionar un elemento tan democrático como el acuerdo entre fuerzas políticas. Al fin y al cabo, pactos son amores, que no buenas razones.