emergencias/ Los equipos españoles enviados al país (Sammur, SEM, DYA y SUMA 112) se enfrentan al desbordamiento de los seis primeros días

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Por primera vez, priorizan de forma abrupta y no atienden a todos los pacientes en función del pronóstico, por falta de medios y de personal

El máximo nivel de cooperación entre CC.AA. conduce a una atención de más de 1.000 pacientes y 150 cirugías (el 75% cirugías mayores)

| 2010-01-29T17:30:00+01:00 h |

El lado más humano. En medio del caos, de la falta de recursos, de tiempo, había algo que “nos daba fuerzas para seguir: los nacimientos”, expresa conmovido Fernando Prados, del Sammur. Los equipos españoles realizaron un total de tres cesáreas y 20 partos, uno de ellos gemelar. Toda la ayuda era bien acogida. Incluso, recuerda cómo unas monjas de la caridad de San Vicente de Paúl les ayudaron a entenderse con los pacientes en criollo. El equipo español, además, montó una farmacia que se convirtió en referente para toda la ciudad. Pero, después de todo, si hay algo que les sorprenda es que siga saliendo gente viva de los escombros.

irene fernández

Madrid

“Lo que hemos visto aquí no lo habíamos visto antes”. Lo expresa un médico de emergencias del Sammur. Entrenado en la respuesta rápida, en una amplia variedad de procedimientos de urgencia. Y en la misma idea coincide el resto de grupos: el SEM de Cataluña, el DYA de Navarra y el Suma 112 de Madrid, que junto al Sammur fueron los primeros equipos españoles de emergencias en viajar a un país sumido en la barbarie: Haití.

Ni el tsunami de Indonesia, la catástrofe natural más importante que se conoce, ni Paquistán, ni siquiera las tragedias más cercanas donde alguno de estos equipos han trabajado, como el 11-M, habían supuesto una priorización de enfermos y un triaje tan crítico.

Medicina de catástrofe o de guerra. Cualquiera califica la situación que estos profesionales han vivido durante la primera misión auspiciada por la Agencia Española de Cooperación Internacional. Seis días y medio intensos (del sábado 16 al viernes 22) protagonizados por un desbordamiento de enfermos que sobrepasaba los límites del sistema sanitario.

“En cuestión de minutos teníamos que decidir quién iba a quirófano y quién no, o por quién hacíamos un mínimo y se iba con la pierna rota para volver a los días. Eso es lo que ha hecho diferente esta catástrofe del resto”, relata Jaime Gil, enfermero del SEM. “Por primera vez tuvimos que clasificar a las personas en función de su pronóstico, decidiendo por cuáles no íbamos a intentarlo. En anteriores misiones no habíamos tenido que dejar a nadie sin asistencia”, confirma Jaime Prados, médico de emergencia del Sammur.

Entre los criterios de priorización, los niños disponían de preferencia. Atendían a casi 400 personas al día entre 12 y 13 horas diarias. Las primeras 72 horas trataron heridas traumáticas con poca evolución y muy infectadas. La situación, en palabras de Prados, era como la de los triajes de los manuales que todo médico de emergencia lee, pero que no todos tienen la oportunidad de vivir.

Grandes pasillos atestados de enfermos con patologías traumáticas, la mayoría jóvenes, se mezclaban con un sinfín de cadáveres y mutilaciones, que remplazaban al Hospital La Paz de Puerto Príncipe, o lo que quedaba de él. En ese escenario fue donde trabajaron.

“Primero evaluamos la zona y, después, comunicamos a los especialistas cuáles iban a ser las patologías más frecuentes”, recuerda Prados. De estos cuatro grupos de emergencias, en total, se trasladaron tres cirujanos, un traumatólogo, dos anestesistas, siete médicos de emergencias, diez enfermeros, una pediatra y varios técnicos.

La clave del éxito fue la coordinación. “No hicimos división por comunidades. Trabajamos todos y dividimos las tareas”, garantiza Gil. La improvisación cobró protagonismo, pero “fuimos capaces de trabajar unidos equipos con diferentes metodologías”, reitera.

La primera zona de triaje se encontraba a la entrada del hospital, con el equipo del SEM. La segunda, en el quirófano. “Decidíamos si operar en función del estado séptico, el orden de espera, y siempre valorando que la operación sirviera para salvar la vida”, cuenta Prados. En aquellos donde el pronóstico era nefasto, se optaba por anestesiar y alejar a una sala donde había una única premisa: que la agonía pasara rápido.

Debido al olor y al escaso control residual, acondicionaron en el recinto, fuera del edificio, tiendas de campaña que sirvieron como zona pediátrica, con 15 camas de hospitalización y tres de urgencias.

Colaboración cubana

“Tuvimos suerte de colaborar con un equipo de médicos cubanos con cirujanos que atienden de forma permanente en Haití”, dice Prados. En total, se logró atender por los equipos españoles a 1.025 pacientes, 265 de ellos pediátricos. Se realizaron más de 150 cirugías, de las que un 75 por ciento fueron cirugías mayores (con anestesia general salvo dos cesáreas).

Todo, a pesar de la escasez de medios. “Cuando llegamos no había luz ni agua”, enfatiza Carlos Pastor, médico del DYA. Se operaba con casco de montañero con luces a pilas. Tampoco había material diagnóstico. No disponían de rayos X. Ni de respiradores. No había oxígeno, lo que dificultaba el mantenimiento de enfermos con patología traumática y en otros provoca el déficit respiratorio. “Abrir el tórax en el caso de no poder relajar y tener intubado a una persona era inviable. Sólo se hizo una vez y en poco tiempo”, confiesa Prados. “Tuvimos que manejarnos gracias a la pericia de los anestesistas”, sostiene Gil. Y, pese a las críticas sobre el número de amputaciones realizadas por el equipo cubano, Gil manifiesta que “se hizo lo que se tenía que hacer”.

El valor de la ketamina

El grupo de SEM se ha reunido para valorar lo acontecido. Aún no ha elaborado un análisis por falta de tiempo —que servirá para dar indicaciones a futuros profesionales— pero, según el anestesista, “damos ya mucho valor al uso de la ketamina, con la que se han realizado todas las intervenciones”.

Ahora, los grupos españoles van siendo relevados por otros. En vez de SEM, la semana pasada viajó el EPES de Andalucía. La situación de Haití se dibuja como un posible foco de epidemias, coinciden todos. Pero regresan con la satisfacción personal de, tras una experiencia brutal, haber conseguido poner en funcionamiento un hospital devastado, que va retomando el control haitiano poco a poco.