| lunes, 06 de septiembre de 2010 h |

Dr. Bartolomé Beltrán, director de Prevención y Servicios Médicos del Grupo Antena3

Me meto en la playa de la Herradura, en Granada, para comprobar el devenir del verano en aquellos lares y me encuentro con que la ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, acaba de pasar por una pequeña urbanización situada algo más allá del precioso puerto del Club Náutico granadino. La ilustre malagueña había acudido al inicio del mes de los calores a compartir cena y debate interno con el secretario general de Sanidad, el granadino José Martinez Olmos, incorporado al proyecto de Zapatero desde hace más de seis años. Ya saben que el presidente del Gobierno apuesta por Trinidad Jiménez para la Comunidad de Madrid, pues bien, la apacible noche entre la ministra y el accitano Pepe Martínez Olmos debió servir para manejar adecuadamente el calendario de la rentrée e incluso el incierto futuro de la mismísima cartera sanitaria, en la cual como dijo Lampedusa “todo puede cambiar para que todo siga igual”.

En esto de la medicina hay cosas que si cambian. Es lógico. Pero me llama mucho la atención la evolución que toma el tema de la colegiación profesional. Por eso el libro del Dr. Juan Antonio Abascal La colegiación necesaria o la navaja de Ockham me ha parecido un hallazgo literario e intelectual para transitar por el arte de Hipócrates. Mucho trabajo hay en los textos de este profesor de Microbiología y Medicina Preventiva que ha escudriñado en todas las artes y tendencias sobre problemas y sus soluciones en el próximo futuro.

Don Luis Fernández-Vega Diego, miembro de la tercera generación de oftalmólogos de la familia Fernández-Vega ya no subirá a Mirafitín, su despacho elevado que tenía en el Instituto a modo de lugar apacible en donde conserva las cosas íntimas que van cayendo en tu vida como consecuencia del devenir de los días de esta extraordinaria profesión. Se trata de un depósito de agua elevado que, casualmente, estaba abandonado justo al lado del Instituto Oftalmológico que lleva su nombre. Fue entonces, en 1997, cuando don Luis decidió alejarse a pensar y a escribir cuando fuera menester en su propio “Mirafitin”. El nombre le viene, efectivamente, del famoso “Mirador del Fito”. Ese lugar paradisíaco situado en la Sierra de Sueve, en el Picu Pienzu, en donde se aprecia una magnífica vista de la costa oriental asturiana y de los Picos de Europa.

Don Luis lo ha sido todo en Asturias, desde que estudió el bachiller en el Colegio Hispania de Oviedo. Entonces llegó la penicilina a España, aquella que entró por Gibraltar, que había descubierto Fleming. Don Luis se trasladó con una beca al Moorfields Eye Hospital de Londres y unos años más tarde, allá por 1.952, lo hizo a Nueva York para permanecer en el servicio del profesor Ramón Castroviejo. Esta relación marcó su vida profesional para siempre, pero lo más importante del eminente oftalmólogo asturiano ha sido para mí su proximidad afectuosa, la mirada transparente de su honestidad profesional, y el cariño con el que trataba todo lo que ocurría a su alrededor. He sido uno de los pocos privilegiados que se ha sentado al lado de él en Mirafitín y juntos repasamos poesías, escritos, cartas y fotografías. Al final del trayecto biográfico a través de lo que se nos cae de entre las manos a los humanos, me quedo con aquello que solía decir “el médico es un hombre al que se acerca otro hombre en busca de ciencia, cariño y comprensión” y don Luis añadía “y desde luego ánimo”, de ahí que su “fármaco placebo” se denominaba CI-CA-CO-A. Espero que no hayamos perdido su recomendación de la misma manera que no olvidamos su biografía, en la que hay que inscribir aquel magnífico libro junto al Dr. Castroviejo titulado Queratectomías y queratoplastias. Total, que desde Mirafitín se sigue viendo lo mismo pero ha perdido su principal inquilino, aquel que era capaz de ver el universo del hombre sin necesidad de tenerlo en el horizonte del mirador. Nos queda a todos la posibilidad de acudir a solucionar las patologías de nuestras miradas al Instituto Oftalmológico que sustenta una Fundación que hoy es ejemplo de la oftalmología española. A su hijo D. Luis Fernández-Vega no le faltará ni fuerza, ni energía ni tampoco entusiasmo para continuar el trabajo iniciado. Y por supuesto tampoco nuestro afecto de siempre y el abrazo fraternal de un pésame que me gustaría no haber tenido que dar jamás.