José Manuel Carrascosa.
Pedro Herranz.

Por José Manuel Carrascosa, jefe del Servicio de Dermatología del Hospital Universitari Germans Trias i Pujol (HUGiT), y Pedro Herranz, jefe del Servicio de Dermatología del Hospital Universitario La Paz

La dermatitis atópica moderada-grave es una de las dermatosis con mayor impacto en la calidad de vida de los pacientes, afectando a todas las esferas emocionales del individuo. Las características clínicas de esta patología como el eritema, la descamación, el edema o la exudación, que además a menudo aparecen en áreas visibles, suponen una barrera importantísima en la autoestima del paciente, creando dificultades en su desarrollo social, emocional y laboral.

Esta intensa sintomatología que acompaña a la dermatitis atópica, con el prurito o picor como mayor manifestación, dificulta realizar cualquier actividad de manera natural y tiene un importante impacto en el sueño y en la capacidad del paciente (y sus familiares) de desarrollar una vida normal. Además, el frecuente curso episódico en brotes, que caracteriza a la dermatitis atópica, condiciona que sienta una incapacidad para tener el control de su vida, ya que su normalidad puede resultar alterada en cualquier momento por un episodio.

Es importante no dejar a un lado esta perspectiva social y emocional a la hora de optar por el mejor tratamiento. Actualmente existe una tendencia a considerar sólo criterios objetivos en la evaluación de la prescripción e indicación de fármacos para la dermatitis atópica, pero esta consideración es especialmente injusta porque no siempre existe una buena correlación entre los signos y los síntomas en esta enfermedad. Por ello, es fundamental incorporar los PREMS y PROMS en la toma de decisiones, es decir, la valoración del paciente y también su percepción de los tratamientos. No sólo en los ensayos clínicos, sino también en elecciones fármaco-económicas. 

En los últimos años, como ha ocurrido en el caso de otras enfermedades inflamatorias, se ha producido un salto cualitativo en el tratamiento de esta patología gracias a la investigación en las vías fisiopatogénicas que han permitido el desarrollo de fármacos dirigidos específicamente a puntos concretos del proceso inflamatorio. Disponemos de dos grandes grupos terapéuticos: los anticuerpos monoclonales y los inhibidores de JAK. Ambos son fármacos que actúan de forman diferente y con características moleculares también diferentes, pero que coinciden en su capacidad para controlar los puntos clave inflamatorios en la dermatitis atópica. Sus variaciones en cuanto a rapidez, control del prurito, capacidad de resolver las lesiones cutáneas, perfil de seguridad o mantenimiento de respuesta permiten la individualización y ofrecer a los pacientes distintas posibilidades en su itinerario asistencial para adaptarnos a sus necesidades específicas. Un abanico de posibilidades terapéuticas que resulta un auténtico salto cualitativo en la personalización del pronóstico y seguimiento de los pacientes.