Ángela Hernández

La adolescencia es una edad compleja tanto a nivel emocional como físico. Y la piel, el órgano más grande de nuestro cuerpo -y el más visible-, no se libra de vivir cambios debido a factores hormonales, inmunológicos, y psicosociales. Ni, por supuesto, de padecer enfermedades.

En el caso de la dermatitis atópica, los pacientes tienen una rojez importante en la piel y un picor continuo que les impide dormir por la noche o concentrarse en cualquier tarea. El escozor y el dolor de la piel les dificulta realizar actividades deportivas, lo cual les puede producir frustración y cierto grado de aislamiento. En definitiva, su enfermedad impacta en todos los ámbitos, tanto familiar, como social, escolar e incluso a nivel laboral, repercutiendo negativamente en la calidad de vida.

Si hablamos de cifras, en España, cerca de 37.000 personas conviven con dermatitis atópica de moderada a grave; de ellas, aproximadamente 8.000 son adolescentes entre los 12 y los 18 años.

A pesar de que la dermatitis atópica no es una enfermedad contagiosa, el desconocimiento por parte de la población y su alta banalización (“sólo es la piel”) ocasionan estigmatización y vergüenza en quienes las padecen. Algo que se agrava en el caso de los adolescentes debido a los cambios emocionales e intrínsecos de esta etapa vital, llegando incluso a sentir frustración, rabia, situaciones de aislamiento social y en los casos más graves, ansiedad o depresión.

Y es que la sintomatología de esta patología condiciona, específicamente, la concentración y el ritmo de estudio en los jóvenes. Una situación que puede empeorar en época de exámenes debido a que a esta ecuación se suma el estrés, uno de los principales desencadenantes de brotes en las patologías dermatológicas. Podríamos decir que el estrés perpetúa la dermatitis atópica, y viceversa, ya que es difícil no estresarse cuando tienes inflamada toda tu piel.

Por todos estos motivos y debido a la complejidad de la adolescencia, es muy importante que los pacientes no se aíslen y tengan una red de apoyo por parte de sus allegados y profesionales sanitarios. Un entorno de confianza al que puedan explicar sus síntomas, sintiéndose escuchados y comprendidos.

Abordar las afecciones dermatológicas de una manera global, teniendo en cuenta no solo el impacto clínico sino también el emocional, y mantener una comunicación fluida entre profesionales y pacientes resulta esencial en el diagnóstico, elección del tratamiento y seguimiento de estas patologías. Algo que debemos promover, en primer lugar, desde nuestras consultas dermatológicas, estableciendo relaciones de confianza y planteando objetivos comunes, especialmente, en edades emocionalmente más frágiles. Hay una ventana de oportunidad que no podemos perder cuando abordamos la enfermedad en la adolescencia.