Un ictus es una enfermedad cerebrovascular que ocurre cuando el flujo sanguíneo hacia una parte del cerebro se interrumpe, ya sea debido a un coágulo sanguíneo (en estos casos se denomina ictus isquémico y supone más del 80 por ciento de los casos) o a una hemorragia (ictus hemorrágico). La patología afecta a un millón de personas en Europa y, solo en España, cada año se producen entre 110.000 y 120.000 nuevos casos, siendo también la primera causa de discapacidad. Hace apenas unas semanas, una revisión de la frecuencia y la mortalidad esperada para 2050, publicada en la revista The Lancet, constató que esta se incrementará en un 50 por ciento en todo el mundo, provocando 9,7 millones de fallecimientos.

Si se analizan los datos por edad y sexo, la prevalencia de la enfermedad cerebrovascular aumenta de forma progresiva a partir de los 40 años, dándose los valores más altos entre los 85 y los 94 años. Por su parte, en hombres la prevalencia es más alta que en las mujeres en prácticamente todos los grupos de edad. La mayor parte de los ictus se pueden evitar si se controlan los factores de riesgo vascular. Estos coinciden en gran parte con los factores de riesgo de la enfermedad isquémica coronaria y son de dos tipos: los factores de riesgo establecidos como la hipertensión, hiperlipidemia, diabetes mellitus, tabaco, estenosis carotidea, fibrilación auricular, anemia falciforme; y los factores potenciales, como son la obesidad, la inactividad física, la intolerancia a la glucosa, la nutrición deficiente, el alcoholismo o la apnea del sueño.

“Teniendo en cuenta todas estas cifras, el ictus es un problema de salud pública. Por eso, es necesario que las instituciones implementen acciones encaminadas a la promoción de la salud de entornos y estilos de vida saludables, promoviendo medidas medioambientales, socioeconómicas, educacionales y culturales con el fin de conseguir que las elecciones más saludables sean las más fáciles de tomar. La prevención, tanto primaria como secundaria, la rehabilitación, la vida después del ictus y la investigación son puntos muy importantes”, ha explicado María del Mar Freijo Guerrero, neuróloga del Hospital Universitario de Cruces y coordinadora del Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares (GEECV) de la Sociedad Española de Neurología (SEN), durante el ‘Encuentro científico y social sobre ictus’, organizado por la Fundación freno al Ictus, la SEN y el GEECV, con motivo del Día Mundial del Ictus.

Desconocimiento entre la población

Uno de los aspectos que más preocupa a los expertos es el desconocimiento o la falta de información de la población sobre lo que es el ictus. Este problema se constató a través de unas encuestas que mostraron que el 62 por ciento de la población tenía un conocimiento bajo de la enfermedad previamente a sufrir el ictus. Sin embargo, el porcentaje después de sufrirlo seguía siendo alto, ya que el 22 por ciento de los pacientes seguían teniendo un nivel de conocimiento bajo.

En la fase hiperaguda de la enfermedad, Freijo Guerrero ha sostenido que reconocer que una persona está teniendo un ictus es importante para que el pronóstico del paciente no empeore de manera drástica. “Si estamos ante un ictus, lo más importante es solicitar atención sanitaria inmediata para que el paciente llegue lo antes posible al centro donde va a recibir el tratamiento”, ha añadido.

Respecto a la prevención secundaria, es frecuente que el ictus se repita, sobre todo al inicio y durante las primeras horas y días. Sin embargo, si el paciente está sin tratamiento, la recurrencia es mayor y esta va aumentando a lo largo de los años. “Hasta un 20 o 30 por ciento de los pacientes que ingresan con un ictus tienen antecedentes de haber tenido otro y desde el 45 al 80 por ciento de las recurrencias pueden prevenirse. Si realizamos las medidas de prevención secundaria correctamente, podemos llegar a disminuir hasta un diez por ciento los ictus severos”, ha recalcado Freijo Guerrero.

Otra cuestión destacada por la experta ha sido la de reconocer a las unidades de ictus como la medida que beneficia a un mayor número de pacientes. “Cuando el paciente llega al al hospital con un ictus, inmediatamente lo ingresamos en la unidad de ictus, donde lo controlamos y monitorizamos de forma continua. Tal es su importancia que uno de los objetivos que persigue el Plan de Acción Europeo contra el Ictus es que al menos el 90 por ciento de los pacientes con ictus ingresen en estas unidades. La idea es que para el 2030 podamos cumplir o acercarnos a este objetivo”, ha señalado Freijo Guerrero.

Importancia de la neurorrehabilitación

Dependiendo de la localización donde se produzca el ictus se producirán una serie de síntomas, tanto físicos como cognitivos, conductuales o motores muy diversos que van a desembocar en pacientes con un nivel de dependencia muy severo (coma o síndrome de vigilia sin respuesta) o en aquellos con síntomas leves o sin síntomas después de haberlo sufrido. “Cuando un paciente sufre un ictus, desde neurorrehabilitación hacemos una intervención directa para modificar el cerebro con actividades que tienen que ver con diferentes disciplinas (fisioterapia, neuropsicología, logopedia, terapia ocupaciones) para crear nuevas redes que permitan cambiar la estructura del cerebro para que las deficiencias sean menores”, ha admitido Joan Ferri Campos, presidente de la Sociedad Española de Neurorrehabilitación (SENR).

El experto ha argumentado que la neurorrehabilitación no es una técnica en sí misma, sino que es un proceso que se centra en el paciente como persona. “La foto actual de la Alianza Europea contra el Ictus muestra que vamos mejorando mucho en las técnicas agudas, pero en la parte de rehabilitación aun tenemos muchos retos. Desde nuestra sociedad científica hemos elaborado una serie de recomendaciones y guías clínicas que nos ayuden a establecer cuál es el mapa y a poder generar una cultura de neurorrehabilitación”, ha sostenido Ferri Campos.

Dimensión social

Una de las secuelas que puede acarrear el ictus es la que se conoce como ‘daño cerebral invisible’. Según ha señalado Aurora Lassaletta Atienza, psicóloga clínica con esta patología y presidenta de la Asociación Daño Cerebral Invisible, “es lo que te cambia la vida pero no se ve”, ya que incluye cambios en la conducta, en la memoria, en la iniciativa, dificultades cognitivas, inexpresividad, fatiga, etc. “Hace falta visibilidad en el daño cerebral adquirido. Una buena valoración hará que haya un diagnóstico y un tratamiento adecuado”, ha matizado.

“Hace 18 años, cuando tuve la lesión cerebral, toda la atención fue a lo físico, pero yo notaba muchas cosas que no comprendía, como el cansancio o el por qué no podía entender conversaciones cuando había más de tres personas. Tampoco sabía muy bien por qué no podía entender una novela o una película o por qué era tan impulsiva. Había muchas cosas desconocidas, pero sentía que nadie me hacía mucho caso. Ese fue el comienzo de acercarme a esa parte más invisible”, ha dicho Lassaletta Atienza.

El experto de la Unidad de Daño Cerebral del Hospital Beata María Ana, Marcos Ríos-Lagos, ha asegurado que “el daño cerebral invisible es extremadamente grave, ya que en muchas ocasiones es lo que condiciona la vida cotidiana”. “Los profesionales a lo largo del tiempo creo que hemos ido tomando conciencia de la importancia que tienen estas cuestiones. Entonces, cuando alguien nos dice que está fatigado, sabemos que no es una fatiga convencional, sino que es una fatiga incapacitante y que dificulta el desempeño de las actividades más básicas de la vida cotidiana”, ha concluido.


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