Desde que la COVID-19 irrumpió el pasado mes de diciembre de 2019, la búsqueda de una vacuna para combatir el virus ha sido el objetivo principal de miles de investigadores. Los esfuerzos conjuntos, tanto económicos como humanos para hallarla en un tiempo récord, acabaron dando sus frutos.

Sin embargo, el hecho de sacar al mercado la primera vacuna en un periodo tan breve, ha generado inseguridad entre algunas personas. Este colectivo abarca las negativas a vacunarse, el retraso de las vacunas, la incertidumbre sobre su uso, o el uso de ciertas vacunas, pero no de otras. Como es el caso de la vacuna contra el SARS-CoV-2.

Por otro lado, algunos grupos empezaron a circular teorías conspirativas sobre las inoculaciones frente a la COVID-19, planteándose, incluso, si servían para controlar a la población.

Y es que los ‘movimientos antivacunas‘ parecen haber cobrado fuerza de nuevo en algunos países de Europa. Tal y como recuerda Ángel Gil, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Rey Juan Carlos, este colectivo existe desde la aparición de la primera vacuna en el siglo XVIII.

“Los primeros documentos sobre la creación de la vacuna de la viruela explican que la población se negaba a ponérsela por miedo a transformarse en animales, puesto que el compuesto de la misma se obtuvo de una enfermedad asociada a las vacas“, relata el catedrático.

Su papel en la pandemia

A pesar de que los expertos hayan intentado tranquilizar a la población, asegurando que estas vacunas son seguras y necesarias (al menos las dos primeras dosis), tanto para protegerse a uno mismo como al resto, los no vacunados se avalan detrás de una argumento que, para ellos, es irrefutable: vacunados o no, pueden contraer la enfermedad y, en algunos casos, ser asintomático.

Los profesionales sanitarios insisten en que este colectivo tiene un papel importante dentro de la pandemia, puesto que pueden infectan al resto de población durante más tiempo y con más fuerza, además de tener más posibilidades de presentar un cuadro grave de COVID-19. Esto se traduce en una prolongación de la pandemia con grandes costes para el sistema sanitario, así como el desplazamiento de otras patologías a la hora de atenderlas.

En esta misma línea, un estudio elaborado por el Centro Nacional de Gripe de Valladolid concluye que el riesgo de reinfección, en aquellas personas que han sufrido una infección y no se han vacunado, es aproximadamente el doble en comparación con los vacunados.

Asimismo, según resalta Ángela Domínguez, coordinadora del Grupo de Trabajo sobre Vacunación de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE) también existe el temor de que las vacunas generen efectos adversos a largo plazo.

“Algunos plantean que, al cabo de tiempo, pueden aparecer efectos. Realmente estos efectos de la vacuna aparecen enseguida, en ese mismo día o, como mucho, a la semana siguiente”, aclara Domínguez.

“Los primeros documentos sobre la creación de la vacuna de la viruela explican que la población se negaba a ponérsela por miedo a transformarse en animales, puesto que el compuesto de la misma se obtuvo de una enfermedad asociada a las vacas”

Ángel Gil, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública en la Universidad Rey Juan Carlos

Aun así, aunque su papel sea importante dentro de esta pandemia, los expertos recuerdan que no se debe obligar a nadie a vacunarse. Y mucho menos negarles la asistencia sanitaria, como se ha planteado en algunos países como Estados Unidos.

Sería como negar la asistencia a los fumadores o a los obesos, los alcohólicos o los drogadictos. No es ético negar la asistencia a nadie o criminalizar una patología cualquiera que sea”, justifica Raúl Ortiz de Lejarazu, asesor científico y exdirector emérito del Centro Nacional de Gripe en el Hospital Clínico de Valladolid.

¿Por qué existe el movimiento ‘antivacunas’?

A ojos de Lejarazu, el rechazo a la vacuna obedece a diversos factores y, fundamentalmente, se basan en conceptos equivocados, miedo a lo desconocido, pertenencia a grupos sociales, religiosos o de mera desobediencia civil.

Al no entender bien algunos conceptos, los antivacunas (en este caso) tienden a rellenar esas dudas con mitos o explicaciones más asequibles. Algo similar a los bulos actuales sobre el grafeno, los microchips, el magnetismo o la modificación genética que se atribuyen a estas vacunas.

“No se debe obligar a nadie a vacunarse. Y mucho menos negar la asistencia sanitaria a los antivacunas. Sería como negar la asistencia a los fumadores o a los obesos, los alcohólicos o los drogadictos. No es ético negar la asistencia a nadie o criminalizar una patología cualquiera que sea”

Raúl Ortiz de Lejarazu, asesor científico y exdirector emérito del Centro Nacional de Gripe en el Hospital Clínico de Valladolid

Una situación, opinan los expertos, que podría comprenderse a principios del siglo pasado, pero no a estas alturas.

Traumas infantiles, posibles desencadenantes

La negativa a recibir una vacuna contra la COVID-19 puede estar relacionada con eventos traumáticos en la infancia. Como la negligencia, la violencia doméstica o el abuso de sustancias en el hogar familiar.

Así lo sugiere una investigación publicada en la revista BMJ Open, la cual indica que, durante el estudio, la reticencia a la vacuna fue 3 veces mayor entre las personas que habían experimentado cuatro o más tipos de trauma cuando eran niños, que entre los que no habían experimentado ninguno.

Al no entender bien algunos conceptos, los antivacunas (en este caso) tienden a rellenar esas dudas con mitos o explicaciones más asequibles. Algo similar a los bulos actuales sobre el grafeno, los microchips, el magnetismo o la modificación genética que se atribuyen a las vacunas frente a la COVID-19 actuales.

En esta misma línea, algunos estudios han sugerido que la adversidad infantil está fuertemente relacionada con una mala salud mental, al igual que el maltrato infantil puede socavar la confianza posterior, incluso en la salud y otros servicios públicos.

Junto a detalles personales y experiencias de 2285 británicos, la encuesta de esta investigación recabó datos sobre 9 tipos de trauma infantil antes de los 18 años: abuso físico, verbal y sexual; separación de los padres; exposición a la violencia doméstica; y viviendo con un miembro del hogar con enfermedad mental, abuso de alcohol y/o drogas, o que estuvo en prisión.

A medida que el número de traumas era mayor, se asoció de forma independiente con bajos niveles de confianza en la información proporcionada por el Sistema Nacional de Salud británico, sintiendo que las restricciones del gobierno eran injustas y deseando que se abandonaran las mascarillas obligatorias.

En el grupo que había experimentado cuatro traumas o más se observó una mayor probabilidad de: admitir haber burlado las restricciones de COVID-19; y la vacilación de la vacuna, siendo tres veces mayor la posibilidad y aún más en jóvenes.

En España “podemos estar orgullosos”

Aunque se trate de un estudio observacional, los investigadores señalan que estas personas pueden tener más dificultades para cumplir con las medidas de control de salud pública y, en consecuencia, “requieren apoyo adicional”.

Un aspecto fundamental, no solo para la pandemia actual, sino también para otras emergencias de salud pública que surjan en el futuro.

Cuantos más traumas infantiles, menor eran los niveles de confianza en la información acerca de COVID-19, proporcionada por el Sistema Nacional de Salud británico National Health Service in England (NHS), sintiendo que las restricciones del gobierno eran injustas y deseando que se abandonaran las mascarillas obligatorias.

En el caso de España, Víctor Jiménez Cid, de la Junta Directiva y Grupo de Difusión de la Sociedad Española de Microbiología (SEM), recuerda que existe una tasa de vacunación mayor del 90 por ciento, por lo que el impacto de esta población es mínima en comparación con otros países en los que la cobertura es menor.

En España podemos estar orgullosos de que la gente se haya vacunado. Porque entienden que eso les protege y que hay una base científica detrás“, explica Cid.

El experto de la SEM recuerda que los no vacunados tienen en su mano el poder de eliminar un eslabón en la cadena de transmisión del virus, que son ellos mismos. Eliminando ese eslabón, prosigue Cid, se evitaría que el virus pasase de persona a persona y llegase a los más vulnerables. A aquellos que, por su condición de salud, no han podido recibir la vacuna y a los que el virus puede quitarles la vida con mayor facilidad.

Ángel Gil, por su parte, lanza un mensaje claro a la población antivacunas: “Me gustaría pedirles que no piensen sólo en ellos, sino en el resto de la población. Se trata de una pandemia que nos involucra a todos. A nadie nos gusta llevar mascarilla ni hacer cuarentenas, pero para poder acabar con esta situación tenemos que ir todos a una“.


También te puede interesar…