Los 60 años constituyen la edad en la que el sistema inmunológico comienza a estar más debilitado. Diez años más tarde (a partir de los 70), diversos estudios constatan que el 75 por ciento de la población padecen más de dos enfermedades crónicas asociadas. La pirámide de población actual muestra que un 20 por ciento de la población tiene más de 60 años. Sin embargo, en los próximos años esa cifra ascenderá al 30 por ciento.

Cuando el Ministerio de Sanidad incluye cambios en el programa de vacunación, considera cinco criterios de evaluación que analizan los argumentos a favor y en contra de estos. Estos son: carga de enfermedad, efectividad y seguridad de la vacuna, repercusiones de la modificación en el programa de vacunación, aspectos éticos y evaluación económica.

Aunque el calendario de vacunación se ha propuesto a lo largo de la vida, tenemos que plantearnos una estrategia de vacunación diferente más allá de los 65 años”, ha afirmado Ángel Gil de Miguel, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Rey Juan Carlos, durante su intervención en las II Jornadas de Inmunización del paciente Inmunocomprometido, organizadas por el Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz de Madrid.

El experto ha recordado que “estamos asistiendo a innovaciones en vacunas que llevan implícito un mayor coste”. Por esta razón, hace un año publicaron un trabajo en el que se planteaban lo costosas que eran las enfermedades que afectaban a la población adulta e inmunocomprometida (pacientes donde el sistema inmune puede verse debilitado), más allá de la carga económica de la vacunación. “Cuando hacemos esta evaluación económica, debemos tener también muy presente lo que supone la enfermedad. Esto hace que siempre que planteamos una estrategia de vacunación obtengamos unos resultados tremendamente eficientes”, ha añadido Gil.

El herpes zóster o la enfermedad neumocócica son algunos ejemplos de ello. La primera patología tiene un coste anual de unos 17 millones de euros, de los cuales el 80 por ciento está vinculado a la población adulta y la mayor parte se centra en la Atención Primaria. “El 90 por ciento de los casos se da en personas inmunocompetentes, pero a partir de los 50 años va a estar ahí, tanto en inmunocompetentes como inmunodeprimidos. Hemos hecho diferentes estudios en los que se expresa que a partir de los 50 aumenta su incidencia y la duración del dolor”, ha explicado Gil.

La enfermedad neumocócica es la primera causa de muerte por una enfermedad infecciosa en el país y cada año fallecen en España unas 10.000 personas. A partir de los 65 años incrementa el riesgo de padecer la enfermedad, así como la tasa de hospitalización. Se calcula que tiene un coste anual de unos 65 millones de euros, de los cuales el 80 por ciento se produce en población adulta y donde la mayoría del gasto está en la atención hospitalaria. “Los servicios de medicina preventiva de los hospitales juegan un papel importante para vacunar en determinadas situaciones de riesgo. La edad es un factor de riesgo importante, pero la tasa de letalidad se multiplica cuando el paciente tiene una enfermedad crónica”, ha recalcado Gil.

Durante su intervención, Gil también ha aludido a la inclusión del virus respiratorio sincitial (VRS) en la vigilancia epidemiológica para saber el impacto que tiene en la población adulta. “La incidencia de VRS en adulto es menor, pero cuando analizamos la tasa de letalidad nos damos cuenta de que con la edad va aumentando”, ha afirmado. A su vez, ha insistido en la importancia de vigilar la curva de la enfermedad durante todo el año porque se está perdiendo su estacionalidad.

Respecto a la nueva recomendación del Centro Europeo para la Prevención y el Control de las Enfermedades (ECDC) y la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) sobre la campaña de vacunación de octubre y que deja a criterio del propio personal sanitario que se vacune o no frente a la COVID-19, el experto ha afirmado que “habría que tener cuidado con esto porque se nos puede caer la estrategia de vacunación en el personal sanitario”.

Paciente inmunocomprometido

En la jornada también ha intervenido Fernando Fariñas, director del Instituto de Inmunología Clínica y Enfermedades Infecciosas y presidente de la asociación española Ynmun. Durante su ponencia, ha incidido en la importancia de individualizar al paciente inmunocomprometido, a la vez que ha recordado que resulta fundamental adaptarse a los nuevos avances que se han producido en inmunología.

La inmunosenescencia se refiere a los cambios que se producen en el sistema inmunitario a causa del envejecimiento y que afectan la inmunidad innata y adaptativa. Las personas mayores sufren de inmunosenescencia y durante este proceso se empiezan a activar genes que tienen que ver con la inflamación. Se estima que hasta el 30 por ciento de las personas mayores que tienen mayores grados de inmunosenescencia no responden a las vacunas COVID-19.

El inmunocompromiso se asocia a más cosas que la infección. Puede presentar infecciones, pero también otras patologías, como las enfermedades autoinmunes, asmas graves, alergias graves o síndromes autoinflamatorios”, ha concluido. A su vez, ha recordado que hay mucha gente que responde bien a todo, pero no a ciertas vacunas. 


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