Tato VázqueZ Lima, pte. de SEMES.

El tiempo pasa y la situación de los servicios de urgencias y emergencias de nuestro país, indispensables para el buen funcionamiento del Sistema Nacional de Salud, lejos de mejorar, parece que empeora. Comenzamos al año pasado, inmersos en una ola de una variante muy contagiosa de SARS-Cov2, Ómicron, que plagó los servicios de urgencias hospitalarios (SUH) de pacientes graves. Y ahora, estrenando el 2023 con ganas e ilusión, debemos seguir sacando fuerzas de nuestra vocación y responsabilidad profesional, para trabajar en unos SUH tensionados, haciendo frente a un incremento de entre un 20-30% de pacientes, en relación con los últimos valores prepandemia, y con una demora en los ingresos (drenaje) que en muchos hospitales roza el absurdo.

Los SUH y los servicios de emergencias (SEM) son la auténtica válvula de seguridad del sistema sanitario garantizando la asistencia ante la imposibilidad de atención en tiempo y forma de otros niveles asistenciales. Si bien es lógico que el sistema sanitario haya soportado una alta tensión durante la pandemia,. el problema llega cuando dicha tensión se convierte en crónica para los SUH y SEM. Si esto sigue así, tan solo cabe esperar que esta válvula acabe rompiendo tarde o temprano. Y será en ese momento, cuando se comprenda, de manera dolorosa, que era preciso aplicar medidas serias de recursos humanos (tales como la estabilización de contratos), de dimensionamiento adecuado de espacios, y de control exhaustivo de la demanda asistencial y uso racional de estos servicios por usuarios y también por otros servicios sanitarios.

Por el otro, nos encontramos con el clásico problema del drenaje de los SUH. Es difícil casar la actividad programada con la actividad urgente, pero se hace difícil comprender que cuando existe más exacerbación de procesos en paciente crónicos y frágiles, que requieren mayor número de ingresos hospitalarios. Por ello, nos encontramos cada invierno estas imágenes de  pacientes pendientes de ingreso, hacinados en los pasillos del área de urgencias. Algo que pone en riesgo el buen funcionamiento de los SUH, cuyos espacios se ven ocupados por pacientes que deberían estar hospitalizados, atentando directamente contra su intimidad y dignidad, tal y como reconocen los distintos Defensores del Pueblo.

El pasado mes de julio, se aprobó el Real Decreto sobre formación sanitaria especializada que permite, de una vez por todas, la solicitud formal de la especialidad de Medicina de Urgencias y Emergencias, todavía inexistente en España -somos una anomalía en nuestro entorno inmediato e internacional-, y que se ha mostrado más necesaria que nunca en estos últimos años.

Existe además, un amplio consenso social sobre la necesidad y conveniencia de la aprobación de la especialidad de Medicina de Urgencias y Emergencias, contando con el apoyo expreso de más de 35 asociaciones de pacientes, de sociedades científicas, de la Organización Médica Colegial, de Organizaciones Sindicales y de la mayoría de partidos políticos. Todos ellos entienden que España no puede, y no debe, quedarse atrás.

Por ello, los urgenciólogos españoles somos optimistas y estamos convencidos de que el Ministerio de Sanidad del Gobierno de España va a cubrir esta necesidad de manera inminente, con la aprobación de la especialidad de Medicina de Urgencias y Emergencias en España. Despertemos de la ensoñación, planifiquemos y reforcemos nuestra sanidad, con unas urgencias y emergencias bien engarzadas en esta línea de mejora. Solo así conseguiremos afianzar uno de los pilares básicos de nuestro estado del bienestar, que es garantía para la buena salud tanto de nuestros ciudadanos, como de nuestra democracia.