Rafael López, presidente de la Fundación ECO.

Cuando se trata de cáncer, siempre reflexiono sobre los nuevos retos y necesidades que quedan por alcanzar, y esta tribuna no aparenta ser distinta. Sin embargo, para saber hacia donde vamos, creo que es importante recordar de dónde venimos. A pesar de que, desde hace décadas, el cáncer ha sido una de las principales causas de morbi-mortalidad en el mundo, en los últimos años, hemos observado el desarrollo de numerosos avances en torno a herramientas de diagnóstico y tratamiento. La medicina ha conseguido mejorar la precisión en ámbitos que nunca hubiera podido imaginar, hasta el punto de rebajar considerablemente la toxicidad y los efectos adversos en muchos de sus procedimientos y mejorar la eficacia.

Sin embargo, la realidad es que esta enfermedad continúa su expansión a un ritmo acelerado. Según la International Agency for Research on Cancer, en el año 2020 se diagnosticaron 19,3 millones de casos nuevos de cáncer en el mundo, y se estima que aumentará en las dos próximas décadas hasta los 30,2 millones. Además, la pandemia ha causado estragos en el número de diagnósticos oncológicos, retrasando notablemente el proceso de diagnóstico y tratamiento. Este contexto nos deja numerosos retos para el abordaje de nuevos tumores, pero también muchas oportunidades.

Para los especialistas en Oncología en España, la meta siempre será mejorar la calidad y cantidad de vida del paciente a través de una medicina de precisión bajo el paraguas de la optimización de los recursos. Alcanzar a Europa. Es ahí hacia donde vamos. Pero la excelencia cuenta con varias patas: investigación, prevención y asistencia. Sin una aproximación real a cada uno de ellos, cualquier avance se verá ralentizado.

Un ejemplo reciente de la importancia de los programas de prevención en España ha sido precisamente el COVID-19. Muchos de estos programas de cribado quedaron suspendidos y, en la actualidad, aún no han podido retomarse con normalidad en algunas comunidades autónomas. Las consecuencias han sido ciertamente nefastas, pues los profesionales se encuentran cada día con tumores en fases más tardías. De esta forma, en el futuro podría considerarse un incremento de la mortalidad asociada a estos diagnósticos atrasados. La única vía para afrontar la situación pasa por reforzar y modificar la organización del proceso, insistiendo en la multidisciplinariedad y la trasversalidad.

En este sentido, resulta especialmente relevante transformar el modelo asistencial, implantando este modelo de precisión en todo el Sistema Nacional de Salud. Lo cierto es que aún está todo por construir, pero existen algunas medidas que sí podemos llevar a cabo con mayor celeridad. La primera es establecer mecanismos efectivos de coordinación, de forma que mejoren la comunicación entre especialistas y hagan de la multidisciplinariedad clínica una realidad efectiva.  Por otro lado, resulta esencial poner en marcha protocolos de derivación más ágiles, de manera que podamos atender en el menor tiempo posible cualquier sospecha clínica.

Esta búsqueda incesante de la medicina personalizada no sería posible sin la última pata, inherente a todo proceso de curación: la investigación biomédica. Gracias a ella, cada vez hay más tumores pueden abordarse de forma individualizada, desembocando en tratamientos más efectivos y menos tóxicos. Esto la convierte en una herramienta imprescindible para elevar las tasas de supervivencia, mejorar la calidad de vida de los pacientes y ampliar las posibilidades de curación a largo plazo. En este contexto, no puedo perder la oportunidad de recordar la importancia de fomentar la inversión en investigación. En definitiva, caminar hacia y con Europa en la lucha contra el cáncer.

Por todas estas razones —y muchas que me dejo en el tintero— debemos formar una sociedad consciente y concienciada con la prevención y la labor de nuestros profesionales. Para esto, las campañas de concienciación son una labor imprescindible. El cáncer es trabajo de todos. Ante la incertidumbre, respuestas. Ante los desafíos, acción.