Por Milena Gobbo, psicólogo especialista en dolor y enfermedades reumáticas.

No es un misterio para nadie que padecer una enfermedad crónica puede producir un impacto importante en el estado emocional del paciente. El caso de las personas con espondiloartritis –un conjunto de enfermedades reumáticas, autoinmunes e inflamatorias que afectan a las articulaciones, la columna vertebral, las entesis y, a veces, a la piel­– no es una excepción.

El dolor, la fatiga y el cansancio, a pesar de ser síntomas muy característicos tras la inflamación, muchas veces son olvidados en el abordaje habitual de esta enfermedad. Es una realidad que no siempre se establecen como objetivos terapéuticos, a pesar de que aparecen en la mayoría de los pacientes y que, además, son causa de gran parte de sus limitaciones, tanto a nivel físico como a nivel psicológico.

A nivel físico, el dolor y la fatiga generan una respuesta inmediata de inmovilización, respuesta que es útil en dolor agudo, pero completamente nefasta en un dolor crónico de tipo inflamatorio como este. ¿El resultado? Un círculo vicioso en donde a mayor dolor y fatiga, menor movilidad, y a menor movilidad, un deterioro de la musculatura y un aumento de peso, y ambas cosas —a su vez— aumentan el dolor y la fatiga.

A nivel psicológico ocurre algo parecido. El dolor y la fatiga hacen que los pacientes abandonen sus actividades, sobre todo las placenteras por considerarlas “menos necesarias”, dejando en su día a día tan sólo las obligaciones, que no siempre pueden atender como les gustaría. Este abandono de actividades placenteras y las dificultades para rendir según un criterio de excelencia, producen depresión y pérdida de autoestima, responsables a su vez de un incremento en la percepción del dolor y un aumento de la astenia (no tener ganas de nada), confundida con cansancio o fatiga. Aumenta también la anhedonia (no disfrutar de nada), con lo que las posibilidades de salir del círculo vicioso se reducen.

Entender la carga que viven los pacientes con síntomas como el dolor y la fatiga —invisibles a todos y que solo ellos sienten— es fundamental para todos aquellos que juegan un rol en el proceso asistencial de las personas con espondiloartritis, tanto en las especialidades médicas como las funciones que toman decisiones con respecto a los tratamientos.

El paciente, por su parte, muchas veces carece de recursos personales para gestionar adecuadamente la comunicación de su enfermedad. Saber qué comunicar, a quién hacerlo, en qué momento, y cómo manejar las emociones que todo ello le produce puede resultar abrumador.

La existencia de todos estos procesos circulares mencionados justifica en sí mismo el abordaje específico de la esfera emocional y psicológica en los pacientes reumáticos, evaluando la presencia y gravedad de estos factores para poder atajarlos del modo más temprano posible, de modo que no incidan de modo negativo en la evolución de la patología de los pacientes.