| lunes, 06 de septiembre de 2010 h |

Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’

A medida que empeora la situación laboral y profesional de los facultativos españoles, en medio de tijeretazos, contratos-basura, limitación de plantillas y pagos misérrimos por parte de las entidades de seguro libre, va tomando cuerpo cada vez con más fuerza esa entelequia llamada Foro de la Profesión Médica. Al tiempo que se desdibuja la profesión en medio del desprecio de las autoridades y del avance de otros sanitarios más avezados, el Foro delimita claramente el rol de sus integrantes, y prosigue sus pasos, alejados, a la vista de los resultados, de la penosa situación por la que atraviesan sus supuestos representados. Sobre todo si se compara con Europa. Los papeles parecen ya definidos. Estaban prefijados con antelación por la mano que mueve los hilos y, ahora, empiezan a cumplirse con precisión milimétrica, aunque no precisamente de cirujano.

Los decanos y las sociedades científicas agrupadas en la Federación de Asociaciones Científico-Médicas de España (Facme), por ejemplo, constituyen para el todo que engloba a las partes o para la parte que trata de instrumentalizar al todo, según se mire, el barniz perfecto de la rigurosidad y el academicismo. Son el toque serio y distinguido para un grupo heterogéneo que defiende muchas veces intereses contrapuestos. Facme, incluso, reúne la potencial característica de convertirse en la jaula perfecta para las sociedades díscolas, en la voz monocorde cuando haya que instaurar el orden y lanzar el mensaje único, para mayor gloria del que mueve los hilos y trabaja en la sombra.

El resto de los componentes también tiene ya papel predeterminado en el reparto. Los estudiantes siempre son útiles para mantener a raya a las autoridades, si procede, y para agrandar o acortar concentraciones ante el ministerio, según convenga y según lo dicten los cánones ‘zapateriles’. La Confederación Estatal de Sindicatos Médicos (CESM) tiene reservado en cambio el rol más ingrato: el de ser ariete de las embestidas interesadas, el de ser el tonto útil que tiene que poner la cara aún a riesgo de que se la partan, por su naturaleza intrínseca. El problema es que a medida que despliega tal función para el foro, y trata de alargar sus tentáculos se diluye al mismo tiempo como confederación sindical, como bien observa Andrés Cánovas, que teme con sabiduría que la pérdida de identidad termine arrastrando por el lodo a una organización antaño histórica, que marcaba el paso allá por donde pasada. Un buen aviso el suyo para navegantes como Patricio Martínez.

Y de la OMC, qué decir que no expresara ya por sí misma la foto de su presidente con la ministra Trinidad Jiménez, aplaudiendo no se sabe aún qué pacto, semanas después de que el propio Gobierno aplicara a los médicos de este país el mayor tijeretazo a sus sueldos de la historia. Una foto sólo comparable con la del abrazo a Gaspar Llamazares, el enemigo público número uno hasta la fecha de la colegiación obligatoria y serio aspirante a engrosar en breve las filas socialistas, en pago a sus notables servicios. La OMC se ha reservado, en fin, el papel de guapo de la película, según se mire. Su presencia testimonial en la concentración contra el ministerio y su escaso empeño en atraer manifestantes de otras provincias, si se compara con el que puso para congregar a cargos provinciales en su congreso de Madrid lo dice todo de los tiempos que corren. El foro, en fin, crece. Su hoja de ruta, trazada de antemano, se está cumpliendo a rajatabla. A unos les ha tocado hacer de buenos. A otros de feos, y a otros de malos. El guión estaba escrito y los resultados no son para tirar cohetes: más paro, más precariedad y más sobrecarga laboral. ¿Alguien se acuerda del médico de a pie en toda esta historia?