RSC/ Programas de inserción laboral

br

La inserción laboral de las personas que sufren una enfermedad es esencial para mejorar su calidad de vida. El no reconocimiento de algunos de los pacientes como discapacitados lastra su pertenencia al 2% de trabajadores con minusvalía que tienen que tener las empresas.
| 2010-11-12T17:51:00+01:00 h |

Asociaciones que apoyan la inserción laboral

Gracia Granados

RSC

Trabajar es importantísimo. Te olvidas por unas horas de tu enfermedad, sales de casa, te relacionas con compañeros. Es totalmente distinto a estar parado, todo el día sin hacer nada”, cuenta Juan Antonio Campos. Él tiene 45 años y lleva 14 trabajando en la lavandería que la Fundación Renal Iñigo Álvarez de Toledo tiene en Madrid. Antes estaba empleado en otra empresa hasta que comenzó a necesitar diálisis. Entonces el trabajo se convirtió en un imposible, ya que su tratamiento le impedía cumplir el horario laboral.

Un enfermo con insuficiencia renal necesita acudir tres días de la semana durante cuatro horas a las sesiones de diálisis, algo absolutamente inasumible para cualquier empresa. “Las personas en mi situación necesitamos centros especiales de empleo para poder trabajar. Para nosotros es fundamental. A mí, estar aquí, me ha dado la vida”, dice Juan Antonio, que hace un año y medio tuvo que enfrentarse a su segundo trasplante de riñón.

Lo mismo afirma David Hernán, director de enfermería de la fundación, que reconoce que la inserción laboral de estas personas es muy importante para ellos, porque “influye en su estado de ánimo, en su motivación. Un paciente de 30 años sin trabajar, sin poder hacer nada, sin tener ingresos, acaba deprimido, y eso también puede hacer empeorar su enfermedad”. Y lo mismo ocurre con la autonomía económica que da tener un trabajo. “Hay gente que lleva toda su vida trabajando en la lavandería y eso le ha permitido tener un empleo seguro, poder pedir una hipoteca al banco, tener una familia y si no fuera por iniciativas como ésta no hubiera tenido la independencia económica necesaria para tener una vida normal, como cualquier otra persona”, comenta Hernán, algo que Juan Antonio también valora muchísimo ya que “una pensión no contributiva no te llega para nada. Son sólo unos 350 euros. En nuestro caso no nos podemos quejar porque estamos muy bien pagados. Estamos incluso por el encima del resto de los centros especiales”.

Por ahora la lavandería funciona bien. Hace un año abrieron un centro nuevo con maquinaria más moderna, y se están planteando contratar a más personas por la demanda de trabajo que tienen, sobre todo por los hoteles, lo que les va a obligar a abrir el centro incluso en fines de semana y festivos. Hernán señala que la buena marcha de la lavandería hace que los trabajadores estén muy motivados y consideren el centro como su casa, sobre todo para los que llevan toda la vida, porque saben que no podrían acceder a otros trabajos. “Ha habido compañeros que han intentado buscar otra cosa y han acabado volviendo, porque las facilidades y la comprensión que se les da aquí, no las encuentran en otro sitio” —apunta—. Tú dile a tu empresa que tiene que dejarte marchar tres mañanas o tres tardes a la semana… lo más lógico es que acaben finiquitando tu contrato. La diferencia está en que aquí aceptamos esa rutina, ese inconveniente, y por ello la fundación obtiene bastantes beneficios fiscales porque los centros sociales de empleo no pagan seguridad social por el trabajador, y una cosa compensa la otra. Son empleados que, lógicamente, no tienen la productividad de un trabajador normal”.

Si las personas con discapacidad en general tienen en la inserción laboral una de las principales barreras para su integración, la que se produce por enfermedad mental es la que registra mayor discriminación en este campo. Según la Confederación Española de Agrupaciones de Familiares y de Personas con Enfermedad Mental (Feafes), tan sólo el 4,2 por ciento de las personas con un trastorno mental tienen un empleo regular, lo que puede ser debido a que la actitud de los empresarios a la hora de contratar a personas con trastorno mental es claramente desfavorable.

Un informe de la Fundación ONCE recoge la idea de que la visión sobre este tipo de discapacidad está llena de temores e inseguridades que se sustentan en un profundo desconocimiento, lo que lleva a este tipo de pacientes a “acceder en su mayor parte a trabajos de baja cualificación y con baja remuneración, impidiéndoles así alcanzar autonomía e independencia”.

Ante este problema Feafes ha desarrollado programas de inserción laboral cuyo objetivo fundamental consiste, por un lado, en orientar y formar al trabajador y asesorar a la empresa contratante, y por otro, crear puestos de trabajo en centros especiales de empleo. Con esto, no sólo se consigue mejorar las condiciones de vida de las personas con trastornos mentales a través del trabajo, sino que además se intenta romper el gran número de prejuicios y frenos a la contratación de estas personas.

Pero esta lucha contra las barreras que impone el mercado laboral a las personas con patologías se hace desde muchos frentes. La Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) lleva desde 2008 con un programa específico de empleo para pacientes que sufren este mal. Una de sus prioridades es “sensibilizar al empresariado para que se conciencien de que un trabajador con cáncer puede trabajar tanto como un trabajador normal”, explica Ana Eguino, trabajadora social de la asociación, aunque esta afirmación se suele cumplir sólo en personas que han sobrevivido a la enfermedad, porque cuando están en la fase de tratamiento se les hace muy difícil compaginarlo con el horario laboral “porque las revisiones, las visitas al médico y las sesiones de quimioterapia son muy frecuentes, y muy duras. Por eso, nos hemos dado cuenta de que, en muchas ocasiones, a los trabajadores temporales no les renuevan el contrato y en otras, son los pacientes los que dejan su empleo voluntariamente”, comenta Eguino.

Sin embargo, para superar la enfermedad es fundamental intentar que su vida sea lo más normal posible. “El diagnóstico de la enfermedad les supone un gran impacto físico, emocional y psicológico y es muy importante por eso que ellos se sientan útiles”, explica Ana. “Hay que conseguir que su autoestima resurja”.

Las empresas con más de 50 trabajadores tienen la obligación de tener en su plantilla un 2 por ciento de personas con minusvalía para conseguir beneficios fiscales, aunque no a todos los enfermos de cáncer les reconocen el 33 por ciento de discapacidad, lo que les coloca en una situación de vulnerabilidad que dificulta aún más la posibilidad de reinserción laboral.

Ellos están preparados para trabajar. La sensibilización del empresariado será la clave para su plena integración.