| martes, 10 de noviembre de 2009 h |

Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’

En el anquilosado mundo de las organizaciones sanitarias, la Federación de Asociaciones Científico Médicas de España (Facme) se ha convertido de forma súbita en un caramelo muy apetecible. No resulta extraño. Bien estructurada y convenientemente orientada y dirigida, esta entidad alberga un potencial de tal calibre, que podría poner en más de un brete al Ministerio de Sanidad, o sacarle los colores, por ejemplo, a Cristina Garmendia, por meterle la tijera al presupuesto para la investigación biomédica. Una Facme sólida, fuerte y bien articulada, podría, llegado el caso, posicionarse en favor de los médicos que demandan la especialidad de urgencias, proporcionar algo de oxígeno a la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (Semfyc), u otorgar un marchamo científico altamente especializado a las opiniones siempre sesgadas desde el lado de la primaria que esgrime la Organización Médica Colegial (OMC). De ahí el gran atractivo que ha cobrado.

La potencialidad de Facme, su capacidad intrínseca para llegar a ser lo que aún no es —un ente vertebrador de, nada más y nada menos, casi 40 sociedades científicas correspondientes a otras tantas especialidades médicas—, la convierte, sin embargo, en un ente vulnerable, muy vulnerable. Al calor de su fuerza futurible, le han surgido repentinos pretendientes que unas veces impiden su progreso, y otras tratan de instrumentalizarlo en favor de sus propios intereses. Frente al objetivo general que debe guiar a esta federación, la defensa y la voz de todas las sociedades científicas que operan en España, algunos instrumentalizadores intentan encaminarla sólo hacia sus propios fines y necesidades particulares. Éste es, sin duda, el principal lastre que cercena su camino. Sólo por eso, el honrado Avelino Ferrero, presidente de la Sociedad Española de Rehabilitación y Medicina Física y, a la sazón, máximo rector de Facme, ha de dar un giro de 180 grados a la organización. Y ha de hacerlo con el auxilio de los miembros más desinteresados y altruistas de su junta directiva. Como no es nuevo en estos lares, ya sabe perfectamente quiénes son sus apoyos, y quiénes son sus lastres.

Para empezar, Facme ha de actuar de forma totalmente independiente del resto de las organizaciones médicas, lo que implica rodearse de una asepsia que ahora no tiene. Independiente significa darle más importancia al todo que a las partes. También significa separación física y económica de cualquier otra organización médica, sea cual sea o tenga el nombre que tenga. Desde luego, novias en el sector no le han de faltar. No. Al margen de alianzas particulares que realmente beneficien a sus socios, la federación ha de seguir su propia senda y alzar su voz, porque ésta es tan importante o más que la puedan tener, por poner sólo algunos casos, la OMC, los decanos o la Confederación Estatal de Sindicatos Médicos (CESM). Facme, en fin, ha de actuar de acuerdo con su estrategia e interés, sin dejar que nadie se lo marque. Sus debates, mal que pese en el sector, han de ser confidenciales, pues el tiempo que media ahora entre el momento en que se producen y su filtración es igual que el que se tarda en subir una escalera. Ha de ser, en definitiva, un interlocutor válido para las Administraciones y un exponente máximo de la fuerza y el predicamento de las sociedades científicas. Una Facme abducida, teledirigida o manipulada no va a ninguna parte y seguirá siempre en tierra de nadie. Los momentos son malos, pero seguro que el doctor Ferrero y gran parte de sus colaboradores actuarán con mano de hierro para dotar a la federación de la fuerza que aún no tiene, y que tantos intentan que no tenga.