| domingo, 18 de octubre de 2009 h |

Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’

De todos es sabido que los dictadores tratan siempre de amordazar a la prensa, esa canalla que sólo difunde calumnias sobre sus actuaciones. Hitler, por ejemplo, anuló a los periodistas díscolos y ejerció tal control sobre el resto, que resulta sorprendente comprobar la abundancia de crónicas justificando e, incluso, jaleando, el envío de judíos a los principales campos de concentración. Stalin fue incluso más allá. Despreciaba a los medios casi tanto como su colega de Alemania, pero intuyó pronto la relevancia que podían tener para cambiar la historia y los utilizó para transformar fotografías, suprimiendo o añadiendo personajes según le conviniera. La alteración de la verdad, la apelación a la mordaza y la presión constante sobre el periodista no es, sin embargo, patrimonio exclusivo de los sátrapas instalados en potencias mundiales. También han sido técnicas utilizadas frecuentemente en el Tercer Mundo, como refleja con maestría Ryszard Kapuscinski.

En su delicioso libro El emperador, el corresponsal polaco describe con ironía los intentos que hacía Haile Selassie, el León de Judá, el Elegido de Dios, el Rey de Reyes y, a la sazón monarca absoluto de Etiopía durante más de 40 años, para acallar a los entrometidos enviados de los medios internacionales que querían informar sobre el hambre en su país: “Poco tiempo después vivimos una auténtica invasión de corresponsales extranjeros. Recuerdo que nada más llegar aquel grupo, se celebró una conferencia de prensa. ‘¿Cómo se encara —preguntan— el problema de la muerte por hambre que está diezmando la población?’. ‘No tengo conocimiento alguno de la existencia de tal problema’, contesta el ministro de información. Más tarde, cuando los ingratos estudiantes difunden fotografías a los periodistas mostrando cómo moría la población, estalló el escándalo. Una vez más los corresponsales, fotografías en mano, se lanzan al ataque y preguntan qué ha hecho el Gobierno en relación con el problema. ‘Su majestad imperial —contesta el ministro— considera el asunto de la máxima importancia‘. ‘Háblenos de hechos, de cosas concretas’, le grita sin ningún respeto aquella caterva de hijos de Satanás. ‘Nuestro señor —responde el ministro con calma— comunicará a su debido tiempo cuáles son sus constataciones, intenciones, disposiciones y decisiones’. Finalmente, los corresponsales se marcharon y lo que es ver el hambre de cerca, no lo vieron. Y todo aquel asunto, llevado con tanta discreción y dignidad, el ministro lo consideró como un éxito y nuestra prensa lo definió como una victoria”.

Intentos de censura como los descritos no acaban en las dictaduras. En los periodos democráticos, tanto Gobiernos como grupos y organizaciones de distinto pelaje y condición tratan también de silenciar y acobardar al periodista díscolo que desdeña las notas oficiales y los propagandísticos comunicados de prensa, e intenta profundizar en la verdad.

Las técnicas son diversas. Los más burdos utilizan la táctica de denostar al periodista difundiendo la especie de que sus verdades son falsas mientras su organización es pura y ética. Suelen hacerlo hostigando contra el plumilla a medios afines, convenientemente dirigidos y aleccionados, y puenteándole con sus jefes para restar así toda credibilidad a sus informaciones. También apelan a futuras demandas ante los tribunales con el ánimo de ablandar al periodista e instaurar en su conciencia una suerte de autocensura que amortigüe o incluso apague definitivamente sus críticas. Craso error de principiantes.

A diferencia de en las dictaduras, en los periodos democráticos la información fluye y fluye como el río de Heráclito, y la verdad, tarde o temprano, termina siendo siempre conocida, pues medios hay, y muchos, para difundirla. Es lo que tiene el cuarto poder. Y si no, que se lo pregunten a Correa.