| viernes, 18 de diciembre de 2009 h |

Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’

Si existe una verdad inmutable en el fluctuante mundo de la sanidad es la de que Carlos Amaya siempre gana. Lo hizo en su etapa como secretario general de la Confederación Estatal de Sindicatos Médicos (CESM) y acaba de repetirlo ahora como responsable de la Federación de Médicos y Titulados Superiores de Madrid (Femyts), el sindicato mayoritario en esta comunidad. Su nuevo éxito ha sido la anulación por parte de la Consejería de Sanidad autonómica de la norma que obstaculizaba la prolongación voluntaria del servicio a los facultativos mayores de 65 años y que fomentaba, eufemísticamente hablando, la llamada “jubilación forzosa”. Después de una guerra de propaganda sin cuartel en los hospitales y centros de salud, y de que el departamento que dirige Juan José Güemes acusara a Femyts de falta de rigor en este asunto, la propia consejería ha dado marcha atrás anulando la resolución y devolviendo las cosas a su estado anterior. El papelón de Ana Sánchez y de Armando Resino es de campeonato: los dos se han quedado colgados de una brocha. El esperpento del resto de los sindicatos, que apoyaron sin reservas en la Mesa sectorial la normativa de la polémica que acaba de ser suprimida, tampoco puede ser mayor.

Amaya gana siempre porque la experiencia y el conocimiento del medio le avalan, y porque cuenta con mejor información que cualquier otro agente del sector. También porque es inteligente y desdeña los cantos de sirena que le suele lanzar el poder: cuando se enfrenta con el ministerio o una consejería, sean del signo que sean, no le importa retroceder unos pasos para saltar luego sobre su presa y alzarse victorioso en la batalla. Que se lo pregunten si no a uno de los valores en alza hoy en el Partido Popular: el gallego Alberto Núñez Feijóo, quien nunca logró meter en vereda al sindicalista pese a las múltiples tretas, trampas y redes que le puso en su etapa como presidente ejecutivo del Insalud. Gracias a Amaya y a la batalla que libró contra el político por aquellas épocas, hospitales señeros como el Clínico, La Paz o el General Yagüe de Burgos, por poner sólo tres ejemplos, no son hoy fundaciones públicas sanitarias sujetas al albur de todavía no se sabe qué derecho y qué régimen laboral.

Por ello, entran ganas de reír en estos momentos cuando sindicatos o asociaciones del tres al cuarto se cuelgan la medalla de la lucha contra la privatización y cacarean la aburrida cantinela de la defensa de la sanidad pública. Revisen las hemerotecas: el mayor ataque que ha sufrido ésta en años fue frenado por el neurocirujano que hoy comanda Femyts, ante la abotargada mirada de corifeos y líderes sindicales de mentirijillas que avalaron con su firma la transformación gestora que se propugnaba. Su ridículo fue tan grande como el que acaban de hacer en Madrid los sindicatos presentes en la Mesa Sectorial.

Amaya ganó incluso cuando perdió las elecciones al Colegio de Médicos de Madrid. Es cierto que con él al frente de esta corporación, la consejería ni siquiera se hubiera atrevido a aprobar una resolución como la que acaba de tumbar, y que otro gallo les cantaría a los sufridos médicos que pululan por las entidades de seguro libre, clínicas privadas y centros públicos. Pero Carlos Amaya ganó al perder porque la marejada que se mueve en la calle Santa Isabel hubiera terminado arrastrándole a los abismos nada más intentar la catarsis. Y ya se sabe que no existe mayor oprobio para una persona honrada que verse envuelta en tales lides.

Otro gallo, en fin, le cantaría también a la CESM si en lugar de ir de la mano de la desnortada Organización Médica Colegial (OMC), tan amiga de ese político al que no quieren ni en su partido como es Gaspar Llamazares, Patricio Martínez siguiera la senda que marcó Amaya en la entidad y actuara por libre ante el ministerio. Seguro que terminaban rápido las milongas de la Dirección General de Recursos Humanos, esa instancia que nadie sabe todavía a qué se ha dedicado durante los años de Gobierno socialista.