| viernes, 22 de enero de 2010 h |

Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’

En medio de unas organizaciones médicas sacudidas quizá por la peor crisis de su historia, existe una isla capaz de aguantar las embestidas y salir indemne de las turbulencias causadas por los juegos de intereses personales, las prebendas y el adocenamiento: se llama Confederación Estatal de Sindicatos Médicos (CESM). Situada en una posición de privilegio gracias al esfuerzo, la aguda inteligencia y, sobre todo, la honradez de Carlos Amaya y de todo el equipo que él comandaba, esta entidad resiste hoy en mitad de la estepa médica y es capaz de marcar el paso a nivel nacional y en todos los lugares en los que se encuentra presente. En Cataluña constituye una fuerza de primer nivel en la defensa sindical de los facultativos ante la que la consejera Marina Geli ni siquiera tose. Lo mismo ocurre en otras partes de España y en Madrid, en donde Amaya ha vuelto a dar una lección de estrategia logrando tumbar en menos de 15 días la orden que jubilaba a los médicos nada más cumplir 65 años. Ahí es nada. La CESM y sus sindicatos asociados tienen hoy la fuerza que han perdido los colegios porque hacen primar los intereses generales de los facultativos sobre los particulares de los miembros que les representan. También porque cada vez que se mueven lo hace con destreza y con independencia, sin sucumbir a los cantos de sirenas de políticos y gestores cuyo paso por la sanidad es meramente transitorio. “Usted dejará de ser ministra, pero yo seguiré siendo médico”, cuentan que le dijo Amaya a Celia Villalobos cuando la entonces titular de Sanidad se disponía a lanzar una de sus conocidas reprimendas al sindicalista. Y tenía razón.

Hoy, la CESM de Carlos Amaya ha encontrado un digno sucesor en Patricio Martínez. Honrado como el primero, el psiquiatra está bregado en mil batallas libradas en la sinuosa y ofidia política catalana, y sabe también, como Ulises, que las promesas que lanzan las autoridades suelen ser como las que emitían las sirenas de la histórica epopeya: palabras que envenenan y que convienen ser por ello puestas en cuarentena. Lo único que tal vez le falta a Martínez es creérselo y creer que la Confederación, por sí misma, se basta y se sobra para lograr los objetivos que casi siempre ha logrado con éxito. Por historia y por bagaje, por fortaleza y por el ímpetu de sus asociados, la CESM ha de ir por libre, porque ella, y nadie más que ella es la única organización médica que en estos momentos tiene poder para mejorar la situación de los facultativos.

Como buen conocedor de la realidad catalana, Martínez debe tomar buena nota de la sabia decisión de desligarse del Foro autonómico de la Profesión Médica que ha adoptado el sindicato catalán y dar el mismo paso en Madrid. La estética, la ética, el buen nombre y la pujanza de la CESM desaconsejan que ésta vaya un minuto más de la mano de entidades menos fuertes, menos pujantes y menos comprometidas con el interés general, que sólo buscan en el grupo disimular sus debilidades, su nula capacidad de arrastre, sus continuos fracasos en la defensa de la profesión y el desprestigio absoluto de sus dirigentes.

Un repaso de la historia demuestra que la CESM no es una organización creada para que nadie le marque el paso, sino que es ella la que lo marca siempre. Martínez y sus lugartenientes han de ser líderes, porque capacidad tienen de sobre para serlo, y no rebaño. Por eso chirría su permanencia en el Foro nacional de la Profesión Médica, en donde conviven entidades respetables y honestas en sus fines, con líderes responsables, con otras que juegan, por mor de sus dirigentes, a otros menesteres. Al final, el problema es de personas y no de las entidades, pero las malas compañías terminan siempre contagiando el desprestigio y lo que está en juego en todo ello es el buen nombre que aún conserva la CESM. En la mano de Patricio está dar el salto.