soledad

La humanidad atraviesa una crisis silenciosa: la desconexión social. El 16% de los habitantes del planeta (casi uno de cada seis) declara sentirse solo de forma recurrente. Tan solo entre 2014 y 2019, la soledad estuvo detrás de unas 871.000 muertes anuales, una carga comparable a factores de riesgo clásicos, pero a menudo desdeñada o ignorada. En España, su impacto económico ya se cifra en 14.000 millones de euros al año, y eso supone nada menos que el 1,17% de nuestro PIB. Con la reciente resolución de la Asamblea Mundial de la Salud (mayo 2025) que erige la conexión social en prioridad sanitaria global, se nos brinda la oportunidad —y la responsabilidad— de actuar.

A continuación, e inspirado por la citada resolución y por el informe de la OMS que se hizo público ayer (titulado: De la soledad a la conexión social – el camino hacia sociedades más saludables)propongo un decálogo de acciones urgentes para afrontar esta “pandemia de la soledad” desde la perspectiva de un sistema sanitario comprometido con la salud pública y la humanización de la asistencia.

José Mª Martin-Moreno.
  1. Afrontar con conocimiento y determinación la magnitud del problema. La soledad no deseada es más frecuente en adolescentes (20,9 %) y jóvenes adultos (17,4 %), pero atraviesa todas las edades y territorios, con especial crudeza en países de rentas bajas y en colectivos vulnerables (discapacidad, migrantes, LGBTIQ+). Reconocer su distribución es el primer paso para una respuesta equitativa.
  2. Comprender sus consecuencias sistémicas para actuar en consecuencia. Además de aumentar la mortalidad, la desconexión social se asocia a mayor riesgo cardiovascular, diabetes tipo 2, depresión, ansiedad y menor rendimiento educativo y laboral. En el Reino Unido, los costes para los empleadores superan los 3 200 millones de dólares al año, reflejo de menor productividad y mayor rotación de personal.
  3. Diseñar políticas integrales a nivel nacional. Ocho países —de Dinamarca a Estados Unidos— ya han aprobado estrategias específicas contra la soledad, basadas en un enfoque intersectorial, evidencia científica y reducción del estigma. España debe avanzar hacia una política de “conexión en todas las políticas”, alineada con la Estrategia de Salud Mental y los planes de envejecimiento activo (que son prioridades ampliamente compartidas).
  4. Impulsar infraestructuras comunitarias que generen encuentro. Bibliotecas, parques, transporte público accesible y centros cívicos son nodos de cohesión. Invertir en ellos fomenta vínculos y previene el aislamiento, especialmente en entornos urbanos fragmentados.
  5. Aplicar intervenciones validadas. Las estrategias psicológicas, el acompañamiento entre iguales y los programas de prescripción social han mostrado mayor efectividad; su escalado requiere un “acelerador de intervenciones” que facilite adaptación y evaluación continuas.
  6. Medir para mejorar. Sin métricas comparables no hay rendición de cuentas. La Comisión de la OMS propone reforzar los sistemas de vigilancia nacionales y crear un índice global de conexión social.
  7. Aprovechar la tecnología, pero asegurándonos de que se usa con principios éticos. Las plataformas digitales pueden conectar, pero también aislar. Urge regular su uso —sobre todo en jóvenes— y promover soluciones digitales seguras que complementen, no sustituyan, el contacto presencial.
  8. Dar voz a la experiencia vivida. Como bien saben los profesionales del periodismo y la comunicación, la evidencia humana moviliza más que cualquier estadística. Incluir a personas con experiencia en el diseño de políticas y campañas reduce el estigma y aumenta la pertinencia cultural.
  9. Tejer coaliciones multisectoriales. Más de 200 organizaciones ya trabajan en red contra la soledad; sin embargo, la coordinación global sigue siendo insuficiente. Sanidad, educación, urbanismo y sector privado han de compartir objetivos y recursos, colocando la conexión social en el centro de la agenda de desarrollo.
  10. Convertir la conexión en indicador de éxito sanitario. Contar amigos, sentirse acompañado y tener a quién acudir deben considerarse determinantes tan importantes como la presión arterial. Estudios muestran que quienes mantienen lazos sólidos incrementan en un 50 % su probabilidad de supervivencia a largo plazo.

Permítaseme concluir afirmando que la soledad es, a la vez, un desafío sanitario, social y moral. A su vez, que la ciencia y el testimonio humano coinciden: las conexiones curan. En consecuencia, si somos capaces de convertir esta verdad en políticas, infraestructuras y gestos cotidianos, podremos torcer el rumbo de una pandemia que no se combate con vacunas, sino con la voluntad —individual y colectiva— de encontrarnos de nuevo.

Tribuna por José Mª Martin-Moreno, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Valencia y director de la Cátedra de Gestión Innovadora para la Salud, FES.


También te puede interesar…