Julián Pérez-Villacastín.

Transformar un sistema implica cambios en su cultura organizativa, en las personas, en los procesos y en las formas de producir los servicios. Nada de esto está sucediendo en el sistema sanitario público español, o las modificaciones son marginales. Anclado en la reforma impulsada por la Ley General de Sanidad de 1986, el sistema sanitario no está evolucionando al mismo tiempo que lo está haciendo la demografía, la sociedad y las innovaciones tecnológicas y científicas; en otras palabras, se está quedando obsoleto.

Los síntomas y signos de la obsolescencia del sistema son evidentes, siendo el progresivo deterioro de su imagen ante la opinión pública o el malestar profesional -que se extiende más allá de la atención primaria-, algunas de sus manifestaciones. Las sociedades científicas federadas en FACME venimos señalando estos síntomas de deterioro, así como la necesidad de introducir reformas estructurales en el sistema (véanse: Los retos del Sistema Nacional de Salud en 2015 y 2019), con escaso éxito ante las administraciones públicas.

Señalaré, para ilustrar la posición de la Sociedad Española de Cardiología, dos ejemplos relativos a la ausencia de transformación del sistema: el número de médicos y la “digitalización” del sistema. En relación con el número de médicos, España es uno de los países, dentro de las economías avanzadas, que tienen una mayor tasa de médicos por habitante. A pesar de ello, la respuesta desde las administraciones para superar la crisis actual es aumentar el número de médicos.

Pero sin contestar previamente a cómo se deben configurar los equipos y servicios asistenciales para atender adecuadamente la demanda provocada por el aumento de edad de la población, o qué papel deben desempeñar los médicos, las enfermeras y otros profesionales en el manejo de los pacientes crónicos y con pluripatología, o qué oportunidades de innovación en el manejo de estos pacientes puede aportar la transformación digital del sistema sanitario, no se puede realmente cuantificar las necesidades que se derivan de esta tendencia demográfica. La actual estructura, organización y funcionamiento de nuestro sistema sanitario no está dando una respuesta a esta necesidad y si la respuesta es “más de lo mismo” (por ejemplo, más médicos), creo que pone en grave riesgo la viabilidad del sistema sanitario público.

El segundo ejemplo es el relativo a la transformación digital del sistema. Nosotros estamos propiciando que se desarrolle una historia digital de salud propiedad del ciudadano, en la que se recojan no solamente sus contactos con el sistema sanitario, tanto público como privado, sino también el resto de los determinantes de la salud. Esta herramienta permitiría además conocer la experiencia del paciente y facilitaría increíblemente la investigación. La respuesta de las administraciones sanitarias a esta propuesta ha sido ignorarla y persistir en la tortuosa senda de la interoperabilidad de la historia digital del Sistema Nacional de Salud.