Por Álvaro Corral, neuropsicólogo de la Fundación Alzhéimer España.

La enfermedad de Alzheimer es un problema sociosanitario real que ya afecta a casi un millón de personas en España y a unos 50 millones en todo el mundo. En nuestro país se diagnostican, aproximadamente, unos 40.000 casos nuevos cada año. A ello hay que sumar que por cada paciente hay una familia, normalmente de tres o cuatro miembros, que indirectamente se ve también afectada. Las cifras hablan por sí solas: se trata de una epidemia en toda regla que está avanzando de forma silenciosa.

En este sentido, un dato muy significativo es el de los casos sin diagnosticar. Según la Sociedad Española de Neurología (SEN), se calcula que entre el 30 por ciento y el 40 por ciento de los casos totales de enfermedad de Alzheimer son leves y, por ello, no se han detectado aún. Es en esta fase inicial donde hay que aunar gran parte del esfuerzo para llegar a un diagnóstico de forma más temprana, con el objetivo de iniciar un tratamiento adecuado para cada individuo, y siempre en coordinación con los familiares y/o cuidadores. Con ello se podría garantizar un mayor grado de autonomía y mantener una calidad de vida adecuada durante el mayor tiempo posible.

Como indicábamos anteriormente, las cifras sobre la enfermedad hablan por sí solas. La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) refiere que para hacer frente a la enfermedad es esencial aumentar las plantillas de trabajadores sanitarios y sociosanitarios. Las familias nos transmiten que los periodos de tiempo entre una consulta y otra se dilatan más de lo deseado, lo que hace empeorar la evolución del paciente.

Otro aspecto que hay que tener en cuenta es el estigma que produce la enfermedad de Alzheimer. Todavía cuesta mucho entenderla y aceptarla, incluso por los propios familiares. Es por ello que se deberían hacer más campañas de visibilización y concienciación sobre la misma.

Todo este cúmulo de situaciones repercute negativamente en el seguimiento y en la calidad de vida de los pacientes y sus familiares. Por otra parte, también existen barreras que entorpecen el diagnóstico precoz, tan necesario para mantener la autonomía del enfermo durante más tiempo. Entre ellas están: la confusión de los primeros síntomas con los olvidos propios del envejecimiento normal, o con otro tipo de problemas, normalmente psicológicos (estrés, ansiedad, etc.); o el miedo que tienen los afectados ante los posibles problemas con los que se podrían encontrar como consecuencia de un diagnóstico de alzhéimer.

Es importante que estemos bien formados e informados, tanto los profesionales como la sociedad en general, para saber detectar esos primeros signos de alarma y acudir lo antes posible a nuestro médico. Aunque todavía nos queda mucho por mejorar en este sentido.