
Por José Manuel Carrascosa, jefe de Servicio de Dermatología en el Hospital Universitari Germans Trias i Pujol (Badalona) y vicepresidente Academia Española de Dermatología y Venereología.
Empezaba a caminar el siglo XXI bajo la fe en el neoliberalismo como remedio a los problemas de los sistemas públicos de salud que ya se preveían hace 20 años: envejecimiento progresivo, costes crecientes. La dermatología era entonces una especialidad pequeña, que apenas ingresaba pacientes o gastaba en tratamientos, por lo que quedó al margen de la revolución de los modelos de colaboración pública-privada y propuestas de externalización, descentralización y privatización – algunas recordadas por la corrupción que las acompañó-. En general, de hecho, los servicios de dermatología, quedamos al margen de casi todas las decisiones relevantes en aquel momento.
La crisis financiera del 2008 supuso un durísimo golpe para el sistema público de salud. Como ventajas en el contexto de la austeridad, en Dermatología nunca fue más fácil transmitir a la población un viejo tantra dermatológico: que debíamos esforzarnos en cubrir lo esencial, y descartar el gran porcentaje de banalidades y lesiones de características cosméticas que llenan nuestras consultas a pesar de que, al menos en Cataluña, están excluidas de la cartera de servicios.
Los años que siguieron vieron una lenta recuperación – ya nunca en los sueldos- y una aproximación gerencial a los clínicos, fracasada la tecnocracia de décadas pasadas. En paralelo, progresión hacia la complejidad clínica y quirúrgica, aparición de subespecialistas, grupos multidisciplinares y, en particular, desarrollo y uso de terapias biológicas y de alto coste. Los dermatólogos empezamos a incorporarnos o incluso a liderar comités, comisiones especializadas, grupos multidisciplinares. Y a ser considerados, ahora sí, en las comisiones de farmacia. Altas posibilidades que condicionan altas expectativas en la población. Difícil equilibrio entre adaptarse a los tiempos y tener capacidad financiera y organizativa para hacerlo.
Tras el golpe humano, sanitario y financiero de la pandemia, nuevo cambio de paradigma. Todos los planes estratégicos postpandemia se parecen: posicionamiento del ciudadano/paciente en el centro del sistema, promoción y mejora de la salud pero también de la calidad de vida. Búsqueda de la excelencia, la innovación y el compromiso. Aunque se desconoce con qué recursos e instrumentos en un contexto cambiante, con una tecnificación vertiginosa que conlleva un incremento estratosférico de costes.
En el nuevo contexto, estas serían algunas propuestas en dermatología: una cartera de servicios clara, con participación de todas las partes (atención primaria, pacientes, dermatología, farmacia…) de en qué deben ocuparse los recursos públicos. Y en qué no: deben abandonarse el gran número de motivos de consulta banales o cosméticos que saturan los servicios de Dermatología. Un plan de equidad transversal de acceso a procedimientos y tratamientos independiente del lugar de residencia del individuo. Propuestas profesionales que hagan atractivo a los dermatólogos su trabajo en el sistema público, frente a la difícil competencia de la dermatología privada y cosmética, y la auténtica representatividad de la dermatología en la toma de decisiones hospitalarias.