Néstor Szerman

Por Néstor Szerman, Psiquiatra y presidente de la Fundación Patología Dual.

Probablemente, para la experiencia humana, no hay nada más central que las emociones. Desde una perspectiva evolutiva del funcionamiento mental, las emociones existen porque incrementan nuestra capacidad de supervivencia. La disrupción de los circuitos cerebrales que sustentan esas emociones, sin embargo, da lugar a los trastornos afectivos, una de cuyas manifestaciones sintomáticas con mayor impacto funcional es el trastorno bipolar, un trastorno mental que se caracteriza por la alternancia de episodios depresivos y de episodios de manía o euforia.
De acuerdo con la OMS, el trastorno bipolar afecta aproximadamente al uno por ciento de la población general, aunque el Instituto Nacional de la Salud (NIH) de Estados Unidos cifra su incidencia en el 2,8 por ciento, siendo un trastorno que se diagnostica típicamente en la adolescencia o en la juventud temprana.

Los conocimientos desde la neurociencia clínica y la psiquiatría de precisión nos indican que existen diversos biotipos (fenotipos) de trastorno bipolar, algunos de los cuales cursan con síntomas psicóticos, elevado riesgo de suicidio, TDAH, trastorno por uso de sustancias, trastorno por juego de apuestas, etc., lo que representa un desafío añadido para el diagnóstico y el tratamiento de los trastornos afectivos.

Según datos del Instituto Nacional de la Salud (NIH) de EE. UU., más del 60 por ciento de las personas con Trastorno del Espectro Bipolar presentan también un Trastorno por Uso de Sustancias y otras conductas adictivas, condición clínica conocida como Patología Dual. Esta elevada prevalencia podría explicarse porque las personas con trastornos afectivos encuentran, por mero ensayo y error, que ciertas sustancias con potencialidad adictiva les procuran un alivio de sus síntomas, lo que les conduce al uso compulsivo.

Esta realidad respalda la teoría de la automedicación desde el punto de vista neurobiológico. Desde esta perspectiva, las sustancias con capacidad adictiva actuarían sobre el cerebro como psicofármacos, produciendo diferentes efectos en diferentes personas. Por ejemplo, los estimulantes mejoran los síntomas del TDAH y la impulsividad en personas que sufren estas condiciones clínicas.

Las sustancias más frecuentes que usan las personas con trastornos afectivos son el tabaco, el alcohol, el cannabis y los opiáceos, aunque dependiendo del biotipo clínico también podrían ser estimulantes como la cocaína. El uso de estas sustancias es más común en las fases de euforia, pero más difícil de abordar en las fases de depresión. La identificación de la sustancia principal para el paciente (que no son tóxicos, como erróneamente las denominan muchos clínicos), es un diagnóstico importante a la hora de orientar el tratamiento de estos pacientes desde la psiquiatría de precisión.