Rosario Cáceres, coordinadora de vacunas del Consejo Andaluz de Colegios Oficiales Farmacéuticos y vocal de la Junta Directiva de la AEV.

Si de algo hemos hablado en los últimos meses es de vacunas. Las vacunas, que salvan millones de vidas cada año en el mundo, y que ya nos salvaron de la viruela o la polio. Las vacunas, que nos están permitiendo salir de esta pesadilla pandémica.

Sin embargo, a pesar de su capacidad de evitar enfermedad y muerte, su gran seguridad y su capacidad de protección indirecta, las persigue una campaña de descrédito que no sucede con ningún otro grupo de medicamentos. Es cierto que estos movimientos antivacunas, que han existido siempre a lo largo de la historia de las vacunas, en España tienen poco predicamento. Así, podemos presumir de ser uno de los países del mundo con mejores coberturas vacunales. A pesar de los errores de comunicación que hemos cometido con las vacunas durante la pandemia…

Hubo un meme que circuló durante un tiempo en la que una señora que dormía gritaba entre sueños “vacuna, vacuna, vacuna, trombo, vacuna sí, vacuna no…”. Me parece un claro ejemplo de lo complicado que ha tenido que ser para la población entender las decisiones que se tomaban acerca de la introducción de una vacuna, las suspensiones, las restricciones de edad o los casos de reacciones adversas contabilizados uno a uno en los medios de comunicación (cuando por cierto en ese mismo momento morían más de 4.000 personas al día por COVID en la India).

Es cierto que hay factores intrínsecos a las vacunas que son complejos y que pueden conformar una barrera a la hora de crear confianza en las vacunas, como los estudios fase IV o la velocidad a la que se ha comercializado una vacuna frente al COVID.

Pero otros sí que son subsanables, como cuando los pacientes vacunados con Vaxzevria (la vacuna de AstraZeneca), tuvieron que decidir (o así lo entendieron ellos), con qué vacuna terminaban la pauta. Tomar una decisión al respecto y que todas las Administraciones Sanitarias Autonómicas la hubieran apoyado habría ahorrado muchas dudas y angustia. Tampoco ayuda que durante la pandemia hubiera, según el lugar, diferentes protocolos. El documento de la ECDC sobre los distintos criterios en los diferentes países europeos era de una disparidad asombrosa, y todo esto frente a un virus que no entiende de fronteras.

Por tanto, lecciones a aprender son, por un lado, mayor determinación a la hora de tomar decisiones. Y, por otra parte, establecer criterios más centralizados para que los mensajes no sean tan dispares. Una perspectiva global, transmite más sensación de cohesión y de decisiones basadas en la ciencia y no en la política.

Tenemos un reto por delante que abordar: el envejecimiento saludable. Estamos sufriendo una inversión en la pirámide poblacional y se estima que en el año 2050 más del 30 por ciento de la población tendrá más de 65 años. El objetivo es mantener nuestra capacidad funcional que nos permita el bienestar durante el envejecimiento, y en este proyecto, junto con factores sociales, alimentación y ejercicio, la vacunación del adulto es crucial. Aprendamos de los errores cometidos y lleguemos a esa población para acompañarlos en su proceso de salud desde la ciencia y la coherencia.