La llegada del SARS-CoV-2 es un ejemplo palpable de la amenaza para la salud que supone el cambio climático. Sin ir más lejos, la protagonista de esta pandemia que ha puesto al mundo patas arriba es, de hecho, una enfermedad infecciosa de procedencia zoonótica. El salto del virus de una especie animal al ser humano tiene una explicación clara: la pérdida de biodiversidad y el desajuste de los ecosistemas.

Desde hace décadas los expertos alertan de la urgencia de adoptar medidas para frenar el impacto ambiental de la actividad humana en el planeta y avanzar hacia fórmulas sostenibles que garanticen el futuro a medio y largo plazo.

La lucha contra el cambio climático, constituye, al menos en cuanto a declaración de intenciones, una prioridad para la Organización Mundial de la Salud, que potencia la Agenda 2030, al igual que para la Unión Europea o el Gobierno. Las sociedades científicas y la industria farmacéutica han comenzado a dar pasos también en esta dirección, potenciando las iniciativas de protección ambiental en sus políticas de responsabilidad social corporativa, pero también revisando el impacto de sus productos y actividad y buscando fórmulas alternativas más sostenibles.

La industria farmacéutica y las sociedades científicas se suman a la reducción de la huella de carbono

A lo largo de este último año, los foros de debate GreenTalks, impulsados por Gaceta Médica y Muy Interesante, han desgranado la manera en la que todos los agentes implicados pueden contribuir en la reducción de la huella climática del sector. Los especialistas llaman a prestar atención a los pequeños actos del día a día en los centros sanitarios y hospitales, que tienen un reflejo en las emisiones, y abogan también por desarrollar alternativas sostenibles, algo que es factible en el caso de los gases anestésicos, por ejemplo, o los inhaladores.

En estos últimos dispositivos, que se emplean en el tratamiento de la EPOC o el asma, hay algunos productos que han dado un giro de 380 grados. Poco tienen que ver algunos de ellos con los que se lanzaron por primera vez para uso médico en 1950. La diferencia del impacto ambiental entre ellos es abismal.

Mientras un inhalador presurizado habitual contamina alrededor de 28-36 kilogramos de CO2eq, lo que supone una cantidad equivalente a un trayecto de 259-333 kilómetros en coche, un inhalador de polvo seco contamina apenas casi un kilogramo de CO2, el equivalente a 6 kilómetros de recorrido. El mejor ejemplo de que la industria farmacéutica, que realiza una gran inversión en innovación incremental, sigue apostando por desarrollar productos que mejoren el bienestar de cada paciente y aporten soluciones en aras de la sostenibilidad del planeta.