| viernes, 22 de febrero de 2019 h |

Sobre la bocina de la legislatura llegó la mejor noticia para la política sanitaria: la aprobación del informe de medicina genómica en el Pleno del Senado. Más allá del informe, de una calidad incontestable gracias a la pluralidad de expertos consultados y con una serie de recomendaciones que se convertirán en un pilar básico del Plan de Terapias Avanzadas, hay un aspecto que merece una mención especial. La Cámara Alta vistió de gala a la política para poner los mimbres a un Pacto de Estado de los de verdad. La generosidad sustituyó al cainismo y la voluntad de consenso a la crispación. El resultado es un oasis en mitad de un desierto que ha matado de sed a muchas de las esperanzas depositadas en la legislatura.

La satisfacción emanaba del propio hemiciclo del Senado, donde por unanimidad y sin reproche alguno se aprobó el informe. En los discursos, en los gestos, en los rostros de los senadores que salieron al estrado se notaba la sensación del trabajo bien hecho. Entre bambalinas también se percibía la alegría de haber hecho política sanitaria de verdad en lugar de hacer política con la sanidad. Desde aquí una sincera enhorabuena.

Ahora comienza el periodo de entreguerras tan propio de las campañas electorales. Quizá de este último gran acuerdo se pueda aprender algo muy importante. La política que cambia la vida de la gente no se esconde tras banderas de unos u otros. No es la que se protagoniza bajo eslóganes o mensajes crispados. Es aquella que reúne a un grupo de personas de sensibilidades distintas con el objetivo de construir una sociedad más avanzada.