| viernes, 29 de noviembre de 2019 h |

Comienza el último mes del año prácticamente igual que comenzó el primero. La incertidumbre campa a sus anchas y si en enero los presupuestos generales dependían, entre otros, de Esquerra Republicana, ahora es la investidura la que están en manos del grupo parlamentario catalán. El Ministerio de Sanidad espera a que el periodo en funciones acabe cuanto antes, a pesar de que este grillete ha sido más o menos sorteado por el actual equipo de gobierno. Pero es necesario que los poderes legislativo y ejecutivo se pongan manos a la obra. Urgen muchas normas y, sobre todo, se necesita un poco de estabilidad.

Nada del contenido de las líneas anteriores suponen novedad alguna, y, sin embargo, estamos ante una situación a la que la democracia española no se acostumbra. Esa es la parte positiva. No es tolerable que la cuarta potencia de Europa esté al albur de la espontaneidad y de unos líderes que no quieren aprender aritmética lógica. Esta idea es tan transversal como lo son unas políticas sanitarias que deberán estar orientadas a reducir la variabilidad y fomentar la equidad.

Pero miremos hacia adelante. El pasado nos enseña lo que debemos cortar de raíz y 2020 es el inicio de una nueva década. Se trata, además, de unos años que van a ser cruciales en muchos de los aspectos cotidianos y la sanidad lo es también. Hay muchas cosas que deben ser contadas, sea en el contexto que sea. La promesa de la medicina personalizada es una realidad que vendrá rodeadas de muchas novedades terapéuticas que cambiarán el sino de muchas enfermedades.

Es hora de remangarse y remar todos en la misma dirección. Por eso hay que huir de las ideas peregrinas y poner los pies en tierra firme. Los ejemplos de esto no se esconden en tierras lejanas, los tenemos muy cerca. Basta con echar un vistazo al Plan Oncológico del País Vasco. Es serio, certero y con una visión amplia. Estos tres adjetivos deberían impregnar las políticas del Ministerio de Sanidad en los próximos años. Los ciudadanos lo merecen y sus representantes tienen la obligación de obedecer a sus verdaderos jefes. Y qué decir de la cronicidad, esa enfermedad silente de amplio espectro que se erige como una amenaza más… Lo dicho, toca ponerse a trabajar.