En pleno pico epidémico de Covid-19, los médicos de atención primaria han actuado como guardianes invisibles de la salud. Han tenido que renunciar a lo que más aprecian, ese contacto frente a frente con el paciente y su familia, para convertirse en aliados lejanos de los enfermos al otro lado del teléfono.

Sobre los médicos de familia y los profesionales de enfermería del primer nivel ha recaído la carga de ese 80 por ciento de contagiados por el virus SARS-CoV-2, los casos leves sin diagnóstico oficial, los que no cuentan en las estadísticas.


Al mismo tiempo que han seguido de cerca la salud de sus pacientes, un gran porcentaje de enfermos crónicos que ven a su médico “de cabecera” más que a algunos miembros de su familia. Enfermos crónicos que, tal y como aseguran los doctores, han tenido una respuesta ejemplar reduciendo al mínimo las consultas en sus centros de salud para descargar al máximo los recursos sanitarios.

Los médicos de familia han demostrado una versatilidad y un compromiso sin límite en la pandemia

Sin embargo, durante todas estas semanas, y con contadas excepciones, el primer nivel asistencial desapareció por completo del discurso político. Igual que se esfumó la actividad en los centros de salud en algunas comunidades autónomas que optaron por buscar la cantera para los grandes hospitales de campaña entre los médicos de familia. Profesionales que, como todos reconocen, han demostrado una enorme versatilidad y un compromiso sin límite que hace que en el triste recuento de los profesionales sanitarios fallecidos por coronavirus los médicos de familia ocupen, al igual que en el Sistema Nacional de Salud, las primeras filas.


Con la mirada puesta en la vuelta a una nueva normalidad, las autoridades sanitarias, que parecen empezar a despertar de esta pesadilla colectiva, ponen sus ojos en la atención primaria. Saben que, una vez más, y a pesar de los “desaires” los médicos de familia no les fallarán.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ya ha pedido a las comunidades autónomas que refuercen este nivel asistencial que está llamado a liderar una nueva fase de desescalada.

Las tres sociedades científicas que representan a estos profesionales llevan tiempo reclamando este papel. Pero no será asumible si no escuchan sus necesidades. La primera, test diagnósticos. No se puede frenar la pandemia sin detectar precozmente y aislar. Es una de las pocas certezas aprendidas en los pocos meses de crisis sanitaria global.

Test para los profesionales, que no pueden seguir trabajando con una infección que ignoran, y contagiando a pacientes frágiles. Test para la población. Recursos humanos y materiales, acceso a pruebas diagnósticas que les hagan ser resolutivos. Demandas históricas, la mayoría, que si son escuchadas llenarán de energía a una AP que sabe renacer de sus cenizas.