No es ninguna noticia que el primer nivel asistencial atraviesa una crisis sin precedentes en nuestro país, sin excepción en ninguna comunidad. Prueba de ello es el malestar que en las últimas semanas se ha hecho palpable en las movilizaciones de Comunidad de Madrid, Cantabria o Extremadura, con la certeza de que esta mecha prenderá a buena parte del resto en las próximas semanas, con Cataluña como ejemplo a finales del mes de enero.

Tampoco lo es la enorme complejidad para gestionar los recursos humanos en un Sistema Nacional de Salud que durante años se ha erigido como la joya de la Corona del Estado de Bienestar.

La escasez de médicos, acuciante en algunas especialidades, es un secreto a voces. Un mantra que, en semanas como esta, marcada por dos fiestas en el calendario y la expansión de tres virus respiratorios, alguno de ellos, como es el caso del virus sincitial respiratorio, colapsando desde hace semanas la atención pediátrica, pone el foco en lo importante.

Basta con mirar a nuestro alrededor, desde nuestra perspectiva como pacientes que todos somos, para encontrar situaciones que, no por frecuentes, dejan de ser insólitas. ¿Es razonable que un centro de salud esté sin pediatra durante una semana completa en un momento así? ¿O acudir a un centro de urgencias en el primer nivel asistencial y encontrar, en la puerta, un cartel que especifica que no hay médico?

Urgencias hospitalarias

Dos vivencias reales en esta semana de festivos, en diferentes comunidades autónomas. ¿Cuál es la consecuencia directa en ambos escenarios? Sin entrar a juzgar si un pediatra puede permitirse una semana de vacaciones en un momento como este o si la administración es la única responsable de garantizar que un núcleo de población de 8.000 habitantes pueda estar sin un especialista en atención infantil en un momento de máxima demanda asistencial como el actual.

La consecuencia inmediata se observa en las urgencias hospitalarias, donde no hay descanso. A falta de pediatra en el centro de salud, la atención pediátrica queda garantizada a través de las urgencias hospitalarias en un centro próximo. A falta de un médico en urgencias en el primer nivel, el embudo en las urgencias hospitalarias también está asegurado. Prueba de ello son las seis horas de espera en un hospital reconocido para un diagnóstico de infección de orina.

Hace unos meses, la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria recordaba que más de 595 plazas permanecían vacías en atención infantil. Un dato que implica que casi 600.000 niños y adolescentes carecen de un seguimiento de un profesional de referencia. En comunidades como Baleares o Castilla-La Mancha, además, gran parte de las plazas de pediatría están cubiertas por médicos no pediatras.

El último estudio del Sindicato Médico de Granada pone el foco también en esta especialidad. Faltan pediatras, pero sin una planificación adecuada, en 16 años se jubilarán 4.449 especialistas y terminarán la especialidad 7.600 pediatras. ¿Tan difícil es encontrar un punto de equilibrio? ¿Hay que invertir recursos económicos y tiempo en formar a 3.000 profesionales, que sin una salida terminarán alimentando futuras bolsas de paro médico o emigrando fuera de España? Es preciso un estudio detallado de las necesidades y una planificación a corto, medio y largo plazo. Es necesario, y urgente