Rodrigo Gutiérrez Director General de Ordenación Profesional del Ministerio de Sanidad | jueves, 21 de febrero de 2019 h |

…El verdadero viaje del descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos.” Marcel Proust.

En general, el debate en torno a los profesionales de la salud (planificación, formación, número, necesidades, demanda, cualificación, regulación, etc.) suele moverse en medio de excesivas simplificaciones que, en la mayoría de los casos no se corresponden con la realidad. Como señala el informe Right Jobs, Right Skills, Right Places, publicado en 2016 por la OCDE, los profesionales sanitarios constituyen la piedra angular de los sistemas de salud, desempeñando un papel central en la prestación de servicios y cuidados a la población y en la mejora de los resultados en salud. Los profesionales, empleados y trabajadores de las organizaciones sanitarias conforman y constituyen el capital humano, el principal activo y el corazón del sistema, son ellos quienes hacen posible la base cultural de una organización compleja, basada en el conocimiento, que debe crecer mediante la innovación y el aprendizaje continuo.

El informe citado, con un título bastante significativo, describe una serie de orientaciones estratégicas generales para las políticas de personal sanitario con el propósito de lograr el objetivo de tener el número y la combinación adecuada de proveedores de atención sanitaria, con las competencias y aptitudes adecuadas, proporcionando servicios en los lugares adecuados, para responder mejor a las siempre cambiantes necesidades de salud de la población. Insiste en la necesidad de rediseñar los programas iniciales de educación y formación y el desarrollo profesional continuo.

En este sentido, a pesar del renovado interés por la responsabilidad en el autocuidado y el creciente papel de la e-health y la m-health, los trabajadores sanitarios siguen siendo –de forma abrumadora– quienes prestan servicios de salud a la población. La demanda y el suministro de trabajadores sanitarios han aumentado con el tiempo en todos los países de la OCDE, y los puestos de trabajo en el sector sanitario y social representaban en 2014 a más del 10 por ciento del empleo total en la mayoría de los países de la OCDE.

Una gran parte de los debates sobre las cuestiones laborales y profesionales en los países de la OCDE se refieren con frecuencia a la escasez de trabajadores sanitarios, con una persistente preocupación acerca de la futura jubilación de la generación de médicos y enfermeras del baby-boom, que podría exacerbar dicha escasez. Se trata de un problema al que no somos ajenos, pero para situarlo en su justa medida, conviene señalar también que, a pesar de las reiteradas reclamaciones y noticias —con frecuencia alarmantes— en los medios de comunicación y en las discusiones públicas sobre la “escasez creciente”, lo cierto es que el número de médicos y enfermeras nunca ha sido mayor en los países de la OCDE. Obviamente, la situación viene en gran parte condicionada y determinada por el modelo sanitario existente en cada país, por la estructura y distribución de los profesionales y por las grandes transformaciones y la complejidad creciente y progresiva que se están produciendo en las ciencias de la salud y en la asistencia sanitaria.

Son numerosos los retos planteados, pero más allá de estas cuestiones de número, más o menos coyunturales, y por lo que se refiere fundamentalmente a la calidad y a la formación, importa destacar que el sistema de formación sanitaria especializada de nuestro país está suficientemente reconocido y valorado y goza de un elevado prestigio y reputación. No obstante, transcurridos cuarenta años de la puesta en marcha del sistema, consideramos que es necesario llevar a cabo algunos ajustes que permitan su mejor adaptación y adecuación a las nuevas demandas y necesidades asistenciales. Para ello, es preciso actualizar algunos de los programas formativos de las diferentes especialidades, teniendo en cuenta la realidad actual que viene condicionada por el envejecimiento, la pluripatología y la cronicidad. Al mismo tiempo, también debemos intentar ajustar la oferta de plazas de formación de especialistas en ciencias de la salud al número de egresados de las distintas facultades, siendo conscientes de la necesidad de mantener siempre la máxima cooperación, colaboración y diálogo con la Universidad y con las comunidades autónomas, que finalmente serán los empleadores de estos profesionales en los diferentes Servicios regionales de Salud. En este sentido, es preciso también recuperar e incrementar la oferta docente, que se había visto reducida en los últimos años.

Desde nuestra posición, saber escuchar (no solo oír), ver (no solo mirar), valorar y tener en cuenta la opinión informada de todos los agentes implicados, colectivos profesionales, corporaciones, sociedades científicas y otros grupos de interés del Sistema Nacional de Salud, debiera permitirnos poder contribuir a la sostenibilidad del mismo, recuperar derechos y prestaciones y mejorar la calidad de los servicios a la ciudadanía.

Vivimos tiempos difíciles e inciertos, pero más allá más allá del pesimismo, la resignación o la indolencia, hemos de seguir empeñados en esa gran empresa ética de seguir construyendo y creando —al menos manteniendo— día a día, un sistema sanitario público más justo, más equitativo, más seguro, más eficiente, de mayor calidad y, en definitiva, más humano. Se trata de una (hermosa) tarea, conjunta y compartida, a la que todos estamos convocados.


“Transcurridos 40 años de la puesta en marcha del sistema de formación sanitaria especializada es necesario llevar a cabo ajustes para adaptarlo a las nuevas necesidades asistenciales”