Desde el año 1998, la OMS y la Organización Internacional del Trabajo afirman que una persona que vive con VIH puede desempeñar cualquier empleo. Conviene observar muy bien esta fecha y a continuación atender a cómo, a día de hoy, las personas que viven con VIH no pueden acceder a muchas de las ofertas de funcionariado, como tampoco pueden obtener una licencia de taxi en según qué sitios, ni acceder a según qué residencias para personas de la tercera edad. A pesar de lo que se ha avanzado, dentro y fuera del imaginario colectivo el VIH sigue catalogado en muchos casos como enfermedad infecto-contagiosa. Un craso error, impropio del año que vivimos, que continúa avivando limitaciones de libertades y derechos y tratos diferenciados que no tienen justificación; que son, pura y simplemente, discriminatorios.
No es de extrañar que solo un 10 por ciento de las personas diagnosticadas hagan público su seroestado y que la situación se cebe especialmente con las mujeres. Una de cada tres asegura sufrir discriminación en contextos sanitarios con respecto a su salud sexual y reproductiva. En general, la tasa de paro entre las personas que viven con el VIH se estima en torno al 50 por ciento, según las asociaciones que trabajan en este campo.
Está claro que el estancamiento en el número de diagnósticos no responde a una sola causa. El abordaje multifactorial necesario para que aflore ese 18 por ciento de personas que se cree que desconocen que están infectadas no puede dejar de lado el estigma que todavía está asociado al VIH/sida. Se hace preciso, como apunta los expertos, eliminar las diferentes barreras —legales e institucionales, por supuesto, pero también en cuestión de actitudes en la población— que garanticen que todas las personas en España disfruten de los mismos derechos y libertades, con independencia de si viven con el VIH o no.
Que el Pacto Social por la No Discriminación y la Igualdad de Trato Asociada al VIH haya salido del cajón es una excelente noticia. Redoblemos los esfuerzos dirigidos a normalizar la enfermedad, a desterrar los tabúes propios del siglo pasado y permitamos que la información fluya mejor, que no exista temor a las etiquetas en las redes sociales. Es la única fórmula: +Concienciación+Prevención—Estigma.
Es preciso eliminar las barreras que garanticen que todas las personas disfruten de sus derechos y libertades