| viernes, 22 de febrero de 2019 h |

Dice David Runciman, profesor de Ciencias Políticas en la Univesidad de Cambridge, en el libro Polítics que las sociedades actuales deben ser conscientes de que la política es un asunto cada vez más complicado en el que es más habitual que las cosas salgan mal que bien. Con otras palabras lo corroboraron hace unos días los diputados Jesús María Fernández, Rubén Moreno y Amparo Botejara: una de las razones por las cuales no se ha podido firmar un pacto de estado por la Sanidad es porque esa resposabilidad ha recaído, casi en exclusiva, en unas representaciones políticas en el Parlamento cada vez más fragmentadas, beligerantes y opuestas unas con otras.

El mensaje es doblemente importante por quién lo traslada. Si de algo puede presumir la Comisión de Sanidad del Congreso de los Diputados, como su cámara hermana en el Senado, es de haber terminado la legislatura dando sobradas muestras de voluntad y capacidad de diálogo y cesión. La “propuesta país” que el secretario general de Sanidad, Faustino Blanco, trasladó la semana pasada en el Forum Nueva Economía es, sin duda, una manera muy gráfica de cómo acercarse a un pacto de estado sanitario por una vía alternativa, que libere a los partidos de esa responsabilidad exclusiva de despolitizar la sanidad.

Aunque sea un objetivo que hoy puede parecer inalcanzable, es sin duda una buena filosofía de trabajo para el equipo de gobierno del Ministerio de Sanidad, tanto antes como después de las elecciones. Tampoco conviene perder de vista que lo que algunos ya dan por imposible —ese gran acuerdo sanitario— tal vez sólo sea improbable. No hay más que echar la vista atrás para darse cuenta de que este país cuenta con antecedentes de pactos que no parecían posibles: los pactos de la Moncloa, en el año 77; la propia Constitución de 1978 y, más recientemente, el Pacto de Toledo del año 95.

La “propuesta país” de Faustino Blanco es una forma de acercarse a un pacto sanitario por una vía alternativa