Uno de las consecuencias más llamativas generadas por la crisis económica y financiera tuvo lugar a nivel sociológico: el enrevesado lenguaje económico, inalcanzable para muchos, pasó a formar parte del vocabulario habitual de la sociedad. Llegó un momento en el que no resultó extraño hablar u oír hablar del ‘déficit’, o de la ‘prima de riesgo’, con la misma normalidad con la que uno encara su opinión en torno a losuntos que podrían considerarse más ‘mundanos’ o cercanos a nuestro día a día.
Derivadas de la crisis económica, las medidas que, aprobadas por decretazos de diverso signo político, se han focalizado desde el año 2010 en el sector sanitario y farmacéutico han traído también su propio vocabulario: efectividad, eficacia, eficiencia, coste-efectividad, coste-beneficio, evaluación económica… Está claro. No han llegado (aún) al nivel que alcanzó la ‘prima de riesgo’ en la población general, pero qué duda cabe que, a nivel más especializado, la economía de la salud goza de muy buena salud en los discursos.
Pero no conviene olvidar que el lenguaje es el arma más poderosa que existe, y que pervertirlo es tan fácil como peligroso.
En el informe de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) sobre gasto farmacéutico no hospitalario, la palabra ‘eficiencia’ aparece 37 veces, pero la gran mayoría de las ocasiones no se refiere al ‘coste necesario para conseguir beneficios en salud’, sino sólo al ‘coste’ (palabra que, por cierto, aparece 101 veces). Tiene razón Carme Pinyol cuando asegura que no se puede hablar solo de gasto ante algo tan sensible como la sanidad. Y no es un problema sólo de la AIReF. Si en lugar de practicar el cortoplacismo nos ponemos nuestras gafas de lejos, el informe de AIReF se podría reinterpretar y podríamos empezar a hablar de inversión. Sí. Deberíamos empezar a utilizar otro lenguaje.
En el informe de AIReF, la palabra ‘eficiencia’ aparece 37 veces, y la gran mayoría de las veces solo se refiere al ‘coste’