Por Yolanda Escobar, Servicio de Oncología Médica del Hospital General Universitario Gregorio Marañón de Madrid
Este mes hemos celebrado el Día Mundial del Cáncer; según los últimos estudios, hasta el 70% de los pacientes oncológicos presentará dolor en algún momento de su enfermedad y éste será intenso en un 25-30% de los casosi . Una de sus formas más difícil de controlar es el dolor irruptivo oncológicoii (DIO), una exacerbación dolorosa que aparece de forma súbita y transitoria y se caracteriza por su intensidad elevada, rápida instauración y por tener lugar con una frecuencia de 1 a 4 episodios al díaiii. El DIO afecta a más de la mitad de los pacientes con cáncer y tiene un impacto sustancial en su calidad de vida, afectando al sueño, las relaciones sociales y las actividades de la vida diariaiv. Tratar bien y desde el principio el dolor oncológico es imprescindible. En el caso del DIO, además, es fundamental ofrecer el tratamiento que mejor se adapte a sus características, es decir, fármacos potentes y de rápido inicio de acción.
Es fundamental hablar con el paciente, escucharle y tratar de anticiparse para prevenir el dolor
El dolor es uno de los síntomas más temidos por los pacientes oncológicos, ya que lo asocian a la gravedad del proceso y a la falta de respuesta a los tratamientos, además de valorarlo como un factor anunciador de la recidiva y/o la diseminación tumoral. Su presencia prolongada afecta negativamente a todas las facetas de la vida del paciente. A pesar de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, el dolor oncológico sigue siendo un problema importantev. Recientes estudios han demostrado que el dolor en los pacientes oncológicos no se controla adecuadamente hasta en un 31% de los casosvi. Los especialistas recomiendan hablar con el paciente, escucharle, y tratar de anticiparse para prevenir el dolor. En ocasiones, nos encontramos con que los propios pacientes pueden actuar como barrera cuando omiten voluntariamente informar al médico de la presencia del dolor, tratando de minimizar su importancia. Siempre que sea posible, los pacientes deben ser alentados a ser agentes activos en la gestión de su propio dolorvii.
Referencias: