La prevención se ha convertido en uno de los conceptos fundamentales cuando se trata la sostenibilidad del sistema sanitario. La microbiota puede ser un factor clave para evitar la aparición de determinadas enfermedades, reducir su impacto o desacelerar el envejecimiento.
En cuanto a este último, Mónica de la Fuente, de la Escuela de Ciencias Biológicas de la Universidad Complutense de Madrid, advirtió de que se habían llevado diferente estudios para analizar la microbiota de personas mayores de 100 años. “Está mejor conservada que en personas adultas de en torno a 70 años”, manifestó durante la celebración del décimo aniversario del Simposio Internacional en Inmunonutrición.
A pesar de este hallazgo, De la Fuente aclaró que no aún no se puede asegurar “que esta sea la causa de que estas personas vivan más tiempo”. La experta señaló que en el manejo de la salud se pueden producir cambios en la microbiota con la utilización de probióticos.
Durante la mesa, Abelardo Margolles, del Instituto de Productos Lácteos de Asturias (IPLA-CSIC), subrayó que no todos los productos que llevan la ‘coletilla’ de probióticos lo son. “Deben ser microorganismos vivos y apoyados en la evidencia científica”.
Por su parte, Francisco Guarner, de la Unidad de Investigación de Sistema Digestivo del Hospital Universitario de Vall d’Hebron de Barcelona, destacó que hay una serie de dogmas que han caído. El primero afecta al nivel de células bacterianas en nuestro organismo. Suponen en realidad el 50 por ciento y no el 90 como se había puesto de manifiesto. Se hablaba también de entre uno y dos kilogramos de bacterias en una persona sana de unos 70 kilos y en realidad se encuentra en unos 300 gramos. “Estas cifras se han podido comprobar gracias a estudios de resonancia magnética del colon”, destacó.
Estos estudios han podido demostrar que existe una base, que varía en “función de la cantidad de vegetales que haya en la dieta”, añadió. Guarner puso de manifiesto que cada persona tiene en su organismos alrededor de 600.000 genes microbianos en el intestino. “Hay una fracción de 300.000 que son comunes, según demostró un estudio en el que participó Vall d’Hebron con 1.300 procedentes de Europa, Estados Unidos y China. De estos genes, en unos conocemos bien sus funciones y en otros todavía no. Esto nos puede ayudar a sacar conclusiones sobre la microbiota”, señaló Guarner, quien advirtió que de momento está llegando poco a la clínica: “Todavía estamos lejos de tener datos porque el análisis bioinformático es complejo”.
El especialista destacó la necesidad de conocer su impacto en el sistema inmune. “Hay un estudio reciente en ratones en el que se modificaban sus bacterias de modo que estimularan los linfocitos reguladores. Se les provocaba un infarto cerebral a través de una ligadura de la arteria y por escáner miraban el volumen de la lesión. En los ratones que se le habían modificado las bacterias para que tuvieran gran cantidad de células T reguladoras el volumen del infarto era pequeño y en los que no era del doble. Un infarto se puede reducir a la mitad”, destacó Guarner. Un segundo informe también publicado en Science en pacientes con un melanoma metastásico y con tratamiento oncológico se veía que respondían mejor los que tenían una serie de bacteroides en el intestino.