Aproximadamente el 20 por ciento de los casos severos de COVID-19 requieren ingreso en la unidad de cuidados intensivos (UCI), donde es común la utilización de ventilación mecánica invasiva (VMI) durante un promedio de 10 días. Aunque estas intervenciones son esenciales para la supervivencia del paciente, pueden inducir daño pulmonar, aumentar el estrés oxidativo y reducir la actividad de las enzimas antioxidantes.

Ahora, un estudio realizado por el Centro Nacional de Microbiología (CNM) del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) ha evidenciado que una estancia prolongada en la unidad de cuidados intensivos (UCI) y el uso de ventilación mecánica invasiva (VMI) aceleran el acortamiento de los telómeros en pacientes que han padecido COVID-19. Estos efectos se han observado incluso un año después de la recuperación, subrayando las consecuencias a largo plazo de la enfermedad y la importancia de un manejo adecuado en los casos severos.

Las investigadoras principales, con las que Gaceta Médica ha podido hablar, son Amanda Fernández Rodríguez, Ana Virseda Berdices y María A. Jiménez Sousa, quienes también forman parte del Área de Enfermedades Infecciosas del Centro de Investigación Biomédica en Red (CIBERINFEC) del mismo instituto. Este trabajo, publicado en la revista Critical Care, se ha realizado en colaboración con los Hospitales Universitarios del Tajo e Infanta Cristina.

Las expertas aseguran que en el momento de inicio de este trabajo no se conocía bien cuál era el impacto que tenía a largo plazo una estancia prolongada en la UCI en los telómeros de los pacientes con COVID. “Desconocíamos si los cambios que habíamos visto en el telómero podrían perdurar y entonces decidimos seguir a estos pacientes durante alrededor de un año desde el alta de la unidad de cuidados intensivos, que son los datos que se han publicado”, puntualiza Fernández Rodríguez, quien añade que “actualmente estamos ampliando los datos de seguimiento de esos mismos pacientes tres años después de ese alta”.

Envejecimiento acelerado

El estudio realizado por el equipo del ISCIII se basa en el conocimiento previo de que el coronavirus SARS-CoV-2 provoca un envejecimiento acelerado en las células. Este fenómeno concreto se caracteriza por la interrupción irreversible del ciclo celular sin que las células lleguen a morir, un proceso conocido como senescencia inducida por virus. Esta forma de senescencia está vinculada con el daño en los tejidos, la inflamación y diversas enfermedades asociadas con la edad. El equipo de investigación también partía del conocimiento de que existe una asociación entre la reducción de la longitud de los telómeros en pacientes con COVID-19 y un mayor riesgo de hospitalización, severidad de la enfermedad y mortalidad. El acortamiento de los telómeros es un indicador del envejecimiento celular y puede estar vinculado a un incremento en el riesgo de desarrollar enfermedades relacionadas con la edad.

El estrés oxidativo intensificado, en combinación con el envejecimiento fisiológico y otras comorbilidades, contribuye al acortamiento de los telómeros. Cuando estos alcanzan un umbral crítico de longitud, pueden provocar senescencia y apoptosis, dependiendo del tipo celular involucrado. Estos factores también inciden en la senescencia inmunológica, alterando la función de las células inmunitarias y aumentando la susceptibilidad a infecciones y enfermedades asociadas con la edad.

Asimismo, la senescencia inducida por el virus impacta de manera directa en la longitud de los telómeros de los linfocitos, lo que tiene un efecto notable en los adultos mayores. Este grupo etario presenta un mayor riesgo de desarrollar complicaciones graves asociadas con la COVID-19, lo que resalta la importancia de entender los mecanismos celulares que contribuyen a la vulnerabilidad de esta población frente a la infección.

Dinámica de longitud telomérica

El objetivo del estudio ha sido analizar la dinámica de la longitud telomérica en pacientes con COVID-19 tratados en Unidades de Cuidados Intensivos (UCI), un año después de su recuperación. Para ello, recopilaron y analizaron los datos de 49 pacientes ingresados por COVID-19 entre agosto de 2020 y abril de 2021. “Inicialmente la característica principal era que todos los pacientes habían sido ingresados en la UCI graves, era un grupo base bastante homogéneo, todos cumplían el criterio de haber sido hospitalizados por esta enfermedad y por ninguna otra complicación de intervención o cualquier otro problema previo”, detallan las expertas. Los pacientes presentaban una media de edad de 60 años, con un 71,4 por ciento de varones.

El equipo cuantificó la longitud relativa de los telómeros en sangre mediante ensayos de PCR cuantitativa en tiempo real, tanto en el momento de la hospitalización como un año después del alta. Así, se evaluó la relación entre la longitud telomérica y factores como la duración de la estancia en UCI, el uso de ventilación mecánica invasiva, la necesidad de posición en decúbito prono y el desarrollo de fibrosis pulmonar. La mediana de estancia en UCI fue de 12 días, el 73,5 por ciento de los pacientes requirió ventilación mecánica invasiva y el 38,8 por ciento necesitó ser colocado en decúbito prono. Además, las investigadoras aseguran que de base no se detectó ninguna diferencia en los resultados dependiente del sexo del paciente.

“Actualmente nos faltan muchos datos adicionales en cuanto a, por ejemplo, si este acortamiento se produjo de forma abrupta al principio y luego se ha ido recuperando o si ha sido una regresión continuada a lo largo del tiempo”, explica Fernández Rodríguez. “Somos capaces de terminar el tamaño del telómero de estos pacientes en el momento del ingreso y ahora 14 meses tras el alta, pero desconocemos ciertos datos como la actividad de la telomerasa o de otros factores que pueden impactar en esta senescencia celular”, señala.

Amanda Fernández Rodríguez, una de las investigadoras principales del estudio

Marcador de envejecimiento

En términos generales, los resultados obtenidos en el estudio indican que los pacientes con una estancia prolongada en UCI y/o aquellos que requirieron ventilación mecánica invasiva, así como posición de pronación, presentaron un mayor acortamiento de la longitud de los telómeros durante el periodo de seguimiento. En particular, entre los pacientes que necesitaron ventilación mecánica invasiva, se observó un acortamiento telomérico más pronunciado en aquellos que desarrollaron fibrosis pulmonar un año después de haberse recuperado de la COVID-19. Esta diferencia en la longitud relativa de los telómeros resultó ser significativa tras un año de la recuperación.

Los telómeros ya son considerados un marcador de envejecimiento celular, lo que estamos viendo en la actualidad es que el daño que sufren en este caso está asociado a la ventilación mecánica”, aclara la especialista. “Sin embargo, todavía no terminamos de saber si este daño va a persistir o si los pacientes van a ser capaces de restaurar este daño y de ir recuperando poco a poco el tamaño telomérico y la situación basal o similar”, indica.

La información obtenida en este estudio podría ser relevante en términos de prevención, ya que, como explica Fernández Rodríguez, “conociendo esta relación se podría tratar de hacerles a estos pacientes un seguimiento más concienzudo porque presentan mayor riesgo de desarrollar fibrosis pulmonar, etc.”.

Actualmente el equipo de investigación está ya trabajando para ampliar los datos de este estudio prolongando el seguimiento de los pacientes y “entonces podremos ver si aquellos pacientes que habían mostraron un acortamiento telomérico tras su ingreso de UCI siguen presentando un descenso de su tamaño relativo o, por el contrario, se van recuperando poco a poco”, destacan las investigadoras.


También te puede interesar…