La correlación entre momento duros, como la crisis económica que arrancó en 2008 o la más reciente pandemia de COVID-19, y la salud mental, es evidente. Vinculado a ello está el aumento en el consumo de medicamentos para mitigar el golpe. Precisamente, en la escalada de estos medicamentos se ha observado un pronunciado repunte ligado a estas dos coyunturas: concretamente, uno de ello se sitúa entre 2011 y 2012, mientras que se observa otro precisamente en 2020.
Así lo ha puesto de relieve el informe ‘Consumo de fármacos ansiolíticos e hipnóticos en Receta Oficial y Mutuas’, publicado por la Agencia Española del Medicamento y el Producto Sanitario (Aemps), y que hace retrospectiva desde el año 2010.
Para Vicente Gasull, coordinador del Grupo de Trabajo de Salud Mental de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (SEMERGEN), “este incremento es consecuencia del aumento de los trastornos de ansiedad y cuadros depresivos, así como de situaciones de insatisfacción familiar y social”.
Antonio Torres, responsable del Grupo de Trabajo de Salud Mental de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), pone el foco en que, aunque este problema sea más visible en la actualidad “en el congreso de la SEMG ya se puso de manifiesto hace 20 años un estudio sobre el consumo abusivo de estos fármacos”. En este sentido, aunque está tendencia venga de lejos, Guillermo Lahera Forteza, profesor titular de Psiquiatría en la Universidad de Alcalá y miembro de la Junta Directiva de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental, apunta que “la pandemia ha acentuado esta tendencia, ha aumentado la demanda y, ante una Atención Primaria colapsada que no puede ofrecer alternativas, ha generado un incremento de estas prescripciones”.
Fármacos y salud mental
Los tres expertos coinciden en que las situaciones sociales complicadas tienen un impacto directo en el aumento de casos de ansiedad, depresión y similares y, por ende, en el aumento del uso de estos fármacos. Desde la perspectiva de la especialidad de psiquiatría, Lahera, señala que “con la pandemia se ha observado un aumento de ansiedad y depresión en la población adulta, y llamativamente un aumento de urgencias en adolescentes, autolesiones y trastornos de la conducta alimentaria”.
Además, sobre la prescripción de estos fármacos especifica que “el confinamiento conllevó muchas visitas telefónicas a los pacientes, con un manejo fundamentalmente farmacológico de estos trastornos. Destaca el aumento en ansiolíticos e hipnóticos, muchas veces usados en el abordaje del insomnio”. Estos datos también se reflejan en el informe elaborado por la Aemps, y aunque en el caso de los ansiolíticos los picos de consumo son más pronunciados, en hipnóticos y sedantes se registra un aumento sostenido del consumo de estos medicamentos.
En muchas ocasiones, la atención primaria es el primer punto de contacto con los pacientes que presentan este tipo de cuadros. El problema, señalan los expertos, no es el uso de estos fármacos, sino la falta de recursos que eviten o complementen la terapia farmacológica. Para Gasull, contar con un mejor acceso a la psicología y psiquiatría en el Sistema Nacional de Salud “sería lo ideal”. Agrega que “en muchas ocasiones el paciente necesita es el apoyo profesional, hablar, poner la situación en perspectiva, y aprender técnicas para afrontar los problemas, que derivarían en una reducción del uso inadecuado de estos fármacos”.
Aquí, Torres llama a no confundir situaciones de ansiedad con malestares puntuales provocados por la vida laboral o personal. “Estas situaciones generan una alteración en las personas que difícilmente se afronta de una manera que no sea farmacológica por la rapidez que te da el uso del fármaco; se están medicalizando muchos aspectos que no deberían serlo, son síntomas de malestar que todos podríamos tener”, advierte. Lahera cuestiona también “la dicotomía de tratar la ansiedad o la depresión con fármacos o psicoterapia; en casos moderados y graves, la combinación de ambas intervenciones es lo que ha demostrado mayor eficacia”.
Utilidad de la farmacología
Los facultativos creen que estos fármacos no deben demonizarse, ya que está demostrada su eficacia y seguridad en las situaciones para las que se indica. Según Gasull, “son muy útiles y seguros cuando se usan bien, como en pacientes que sufren una crisis de pánico, donde lo más útil es un ansiolítico”.
Para Torres, estos fármacos también presentan varias ventajas. “Cuando se usan bien, hacen un efecto adecuado, son seguros si se usan con las advertencias precisas y son baratos”, concreta. En esta misma línea se expresa Lahera. “Igual que denunciamos el uso excesivo de psicofármacos en algunas ocasiones, debemos recordar que son herramientas necesarias y beneficiosas para muchos pacientes con trastorno mental; hay que evitar incurrir en un discurso indiscriminado anti-medicación”, manifiesta.
Asimismo, Lahera cree que debe también ponerse el foco en que las prescripciones sean rigurosas. “Destaca el aumento en el uso de antipsicóticos que a veces se utilizan fuera de indicación, por ejemplo, para el abordaje del insomnio o los rasgos de personalidad”, indica.
Monitorización del tratamiento
Los expertos no ponen en duda la utilidad de estos fármacos en las indicaciones para las que se autorizan, si no que instan a realizar un mejor control de tratamiento para evitar su uso en situaciones inadecuadas. “Las benzodiacepinas, por definición, se utilizan de forma aguda y sintomática y su uso crónico está desaconsejado, dado que, a altas dosis, pueden generar tolerancia y dependencia”, explica Lahera.
“Como muchos otros fármacos, cuando se prescriben, hay que controlarlos”, asevera Torres. Opina que “es curioso que los antidepresivos tengan peor fama que los ansiolíticos o hipnóticos, porque estos dos últimos producen mayor adicción y, además, los antidepresivos pueden retirarse con mayor rapidez”. Ahondando en esta idea, Torres plantea que “no es raro que la ciudadanía piense que es un fármaco que puede formar parte del botiquín y esto no es aceptable”.
Siguiendo este hilo, Gasull expone que “monitorizar la retirada de estos fármacos es una asignatura pendiente”. Sobre todo, considera que hay que revisar ciertas situaciones en las que el uso del fármaco puede dejar de estar justificado. “Hay personas mayores que llevan muchos años tomando ansiolíticos pero no suben dosis, lo que debe hacer replantearse que realmente les estén haciendo algún efecto”. A este respecto, Torres suma las consecuencias de la cronificación del tratamiento y urge a revisar “el uso de estos fármacos a largo plazo, por las interacciones que pueden tener en la vida de los pacientes”.