La obesidad es una nueva pandemia. Los expertos creen que vivimos en un ambiente obesogénico y que son numerosos los frentes, las vías de agua que abre la enfermedad y los interrogantes que se plantean: orígenes neurológicos, adicción a la comida, aparición de numerosas enfermedades asociadas, muertes tempranas, etcétera.

En el Día Internacional de la Obesidad, la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO) y la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN) analizan la situación de España, que se coloca a la cabeza de los países europeos con un mayor número de personas que padecen esta patología. En torno a un 20 por ciento de la población. Entre los niños, cuatro de cada diez presenta exceso de peso; y en el grupo de los adolescentes, siete de cada diez. Cifras que, teniendo en cuenta que no ha habido obesidad en la evolución de la humanidad, llevan a poner el foco en la investigación y redoblar los esfuerzos de cara al descubrimiento de nuevos fármacos. Ello sin dejar de insistir en tratar de desestigmatizar esta patología, discernir los buenos de los falsos consejos (en las redes sociales) e incidir en los métodos tradicionales: seguir una dieta equilibrada, hacer ejercicio de manera habitual y recurrir a la cirugía bariátrica en los casos más graves.

“Uno de los mayores factores de riesgo es la pobreza”

Ricardo Moure, investigador y divulgador científico

En la actualidad hay diferentes líneas de investigación centradas en el estudio de hormonas, péptidos o moléculas, cuyo fin es disminuir el acúmulo de grasa y evitar su efecto tóxico en otros tejidos diferentes al tejido adiposo. De esta forma, indica Gema Medina-Gómez, profesora titular y coordinadora del Grupo de Trabajo de Investigación Traslacional en Obesidad de la SEEDO, “se evitaría la aparición de comorbilidades asociadas a la obesidad, como la diabetes, la enfermedad cardiovascular o la enfermedad renal”.

La grasa marrón, diana de la investigación

Si la investigación “es la kriptonita de la obesidad”, en palabras de Gema Medina-Gómez, se hace necesario seguir el hilo de las últimas pistas. En este sentido, una de las claves está en el tejido adiposo pardo (o marrón), un lugar del organismo donde se ‘queman’ calorías procedentes de la dieta, según describe Francesc Villarroya, catedrático del Departamento de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Barcelona.

Aunque inicialmente se consideró que el tejido adiposo marrón sólo servía para producir calor y para mantener la temperatura del cuerpo en condiciones de frío ambiental (la grasa parda se activa con el frío), ahora se sabe que también es un sistema de protección para eliminar el exceso de alimentos que ingerimos con la dieta y evitar que se depositen en exceso en forma de grasa blanca (obesidad).

“Uno de los nuevos frentes para la investigación es el cambio climático, que está acelerando la epidemia mundial de obesidad”

Francesc Villarroya, catedrático del Departamento de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Barcelona

“No cabe duda de que activar la grasa parda daría lugar a una prevención en el aumento de peso, e incluso permitiría disminuir el peso de una persona con obesidad, afirma Francesc Villarroya. En este sentido, existen dos formas básicas de activar esta grasa: el ejercicio físico (preferentemente al aire libre) y cuidar el entorno térmico en los interiores (a temperaturas más moderadas).

7 años de concienciación

Tras más de siete años recordando entre la población la importancia de esta enfermedad del tejido adiposo, se hace cada vez más evidente que es la medicina personalizada y multidisciplinar la que debe primar. Es la manera de “hacer posible no solo identificar los factores que influyen en cada persona sino también elegir el tratamiento más adecuado”, asegura Irene Bretón, presidenta de la Fundación de la SEEN (FSEEN) y miembro del Comité Gestor del Área de Obesidad de esta sociedad científica.

Los avances en los últimos años son muy alentadores, pero aún “hay personas que siguen considerando que la obesidad se produce únicamente por un estilo de vida inadecuado y que es una responsabilidad exclusiva de la persona que la padece”. Este desconocimiento de la obesidad como enfermedad, de los múltiples factores que influyen en su desarrollo y en su mantenimiento, “condiciona que aún no se le preste a la investigación en obesidad la importancia que merece”, afirma Irene Bretón.

Beneficios socioeconómicos

En este entorno existe una queja común: no se destinan los suficientes recursos económicos a paliar la enfermedad puesto que, o bien no se considera suficientemente necesario y grave, o bien no se estiman de forma justa los costes que conlleva el no realizar esas inversiones en profundidad. Aunque a decir de las voces del sector, la salud va por códigos postales, ese esfuerzo puede tener un efecto positivo, teniendo en cuenta un estudio de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), que afirma que en España la obesidad reduce en 2,6 años la esperanza de vida y es responsable del 9,7 por ciento del gasto sanitario. Lo que significa que por cada euro invertido en la prevención de la obesidad en España se recuperarían seis

Atajar el problema desde edades tempranas

Por otro lado, el estallido de la COVID-19 ha supuesto un cambio en los hábitos de vida que no es un factor desdeñable. En un reciente estudio, realizado entre familias españolas para valorar el impacto de la pandemia en la obesidad infantil y en la adolescencia, se determina que “las principales causas del repunte son el mayor tiempo que se dedica a las pantallas (ordenadores, móviles o tabletas electrónicas) y el menor tiempo a las actividades físicas (el 30 por ciento de los niños pasan menos de una hora diaria al aire libre), lo que se traduce en que aproximadamente el 72 por ciento de los niños y adolescentes realiza menos actividad física ahora”, destaca Gilberto Pérez, miembro del Área de Obesidad de la SEEN.

Todas estas causas demandan un impulso colectivo para apuntalar la investigación. “Es indispensable que políticos, sanitarios, educadores y la sociedad en general nos convenzamos de ello; además de responsabilidad individual, también necesitamos una responsabilidad político-social”, reclaman Gema Medina e Irene Bretón, quienes consideran que, además “urge un plan nacional general”.


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