sueño

El sueño es fundamental para el correcto funcionamiento del cerebro, ya que no solo permite el descanso físico, sino que desempeña un papel crucial en la consolidación de la memoria, el aprendizaje y la regulación emocional. Durante el sueño, el cerebro procesa la información adquirida a lo largo del día, elimina desechos metabólicos y restablece los neurotransmisores esenciales para un rendimiento óptimo. La falta de sueño no solo afecta la concentración y la capacidad cognitiva, sino que también aumenta el riesgo de desarrollar trastornos neurológicos a largo plazo.

En este contexto, un reciente estudio, publicado en la revista Journal of Clinical Sleep Medicine, ha encontrado que la falta de sueño está relacionada con el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer. El análisis examinó la conexión entre la estructura del sueño y las características anatómicas de la EA, como la atrofia en regiones cerebrales clave (hipocampo, área entorrinal, parietal inferior, parahipocampal, precúneo y cúneo) y la presencia de microhemorragias cerebrales.

En este nuevo trabajo los investigadores de la Facultad de Medicina de Yale examinaron si los patrones de sueño de las personas estaban relacionados con las áreas cerebrales que sufren neurodegeneración en las primeras fases de la enfermedad de Alzheimer.

Descubrieron que un menor tiempo de sueño de ondas lentas y REM (con movimientos oculares rápidos) se asociaba con un volumen reducido de la región parietal inferior, más de diez años después. Este hallazgo podría ayudar a los médicos a identificar a los pacientes en riesgo de manera temprana e intervenir antes de que aparezca la enfermedad.

Asociar el sueño anormal con el desarrollo de alzhéimer

Esta investigación epidemiológica ha revelado una fuerte asociación entre las alteraciones en la calidad y duración del sueño y un mayor riesgo de desarrollar alzhéimer. Un factor clave en esta relación es la acumulación de proteínas beta-amiloide y tau en el cerebro, hallazgos patológicos distintivos de la enfermedad. En este contexto, el equipo se ha centrado en explorar las vías subyacentes que podrían conectar la deficiencia de sueño con el Alzheimer.

El sueño se organiza en distintas etapas, y la arquitectura del sueño describe cómo una persona transita por estas fases a lo largo de la noche. Un estudio previo investigó cómo la organización de estas etapas está relacionada con el volumen de regiones cerebrales vulnerables al alzhéimer. En particular, el sueño no REM, que representa entre el 75% y el 80% del total del sueño, incluye las etapas N1, N2 y N3.

Mientras que la etapa N1 es la más ligera, la etapa N3, también conocida como sueño de ondas lentas, es la más profunda y restauradora. Por otro lado, el sueño REM, que es fundamental para la consolidación de la memoria y el procesamiento emocional, se caracteriza por la intensidad de los sueños y su papel crucial en diversos procesos cognitivos. La investigación podría arrojar nuevas luces sobre cómo las alteraciones en estos ciclos mientras se duerme impactan en la salud cerebral y su relación con enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer.

En concreto, se realizó un análisis con 270 participantes del Estudio de Riesgo de Ateroesclerosis en las Comunidades (ARIC), se exploró la relación entre la arquitectura del sueño basal y las características anatómicas del cerebro identificadas en resonancias magnéticas cerebrales realizadas 13 a 17 años después.

Para cuantificar la arquitectura del sueño, se midieron variables como la proporción de sueño de ondas lentas, la proporción de sueño REM y el índice de despertares mediante polisomnografía. Los resultados incluyeron mediciones volumétricas de regiones cerebrales vulnerables a la enfermedad de Alzheimer (EA) y la presencia de microhemorragias cerebrales (CMB), así como de CMB lobares, que están más estrechamente relacionadas con la EA.

El análisis de los datos permitió examinar la asociación entre cada uno de los indicadores del sueño y los hallazgos anatómicos en la resonancia magnética, ajustando por factores de confusión relevantes. Este enfoque proporcionó una visión más detallada de cómo las alteraciones en el sueño, especialmente en las etapas de sueño profundo y REM, podrían estar vinculadas a cambios estructurales en el cerebro a largo plazo, en particular a los que predisponen al desarrollo de la enfermedad de Alzheimer.

Región parietal inferior más pequeña

Los investigadores consideran «intrigante» este hallazgo de que la menor cantidad de ondas lentas y REM se asociaba con volúmenes cerebrales más pequeños en la región parietal inferior más de una década después, ya que el deterioro visoespacial, en el que el cerebro tiene dificultades para interpretar lo que se ve, puede ser un signo temprano de la enfermedad de Alzheimer.

Así, aseguran que esta región cerebral sintetiza diversas informaciones sensoriales, incluida la información visoespacial, y señala que, cuando se les pide a personas en las primeras etapas de la enfermedad de Alzheimer realizar pruebas, como dibujar un reloj o un cubo, a menudo les resulta difícil.

A pesar de que actualmente no existe cura para la enfermedad de Alzheimer, el estudio sugiere que la arquitectura del sueño nocturno podría ser útil para que los médicos identifiquen a los pacientes en riesgo. Además, este hallazgo ha impulsado al equipo de investigadores a comenzar a investigar el sistema glinfático, que se encarga de eliminar los desechos del cerebro y es más activo durante el sueño de ondas lentas. Cho está investigando este sistema para evaluar si podría haber posibles objetivos de intervención.


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