Las condiciones a las que se encuentran sometidos los astronautas, como las fuerzas gravitacionales (tanto en el lanzamiento de las naves como en la reentrada a la atmósfera), los espacios con reducida movilidad, la falta de sueño, la propia ingravidez o la diferencia de presiones son algunos de los elementos que han sido objeto de estudio a lo largo de la historia para evaluar el impacto físico en el cuerpo humano. Ahora, investigadores de la Universidad de Gotemburgo (Suecia) han demostrado que pasar un largo período en el espacio puede causar daño cerebral. Los expertos han estudiado la exposición prolongada a la microgravedad en viajes espaciales en cinco cosmonautas rusos que se encontraban en la Estación Espacial Internacional (ISS), tripulada permanentemente, orbitando a 400 kilómetros de la superficie de la Tierra.

Los expertos investigaron acerca del curso longitudinal de biomarcadores sanguíneos que representan el parénquima cerebral en los vuelos espaciales de larga duración. Este estudio, publicado en la revista JAMA Neurology, analizó cinco biomarcadores de daño cerebral: neurofilamento ligero (NFL), proteína ácida fibrilar glial (GFAP), tau total (T-tau) y dos proteínas beta amiloides.

Para la elaboración del documento, los expertos contaron con la participación del Instituto de Neurociencia y Fisiología de la Academia de Sahlgrenska, en la misma localidad de Suecia, y compañeros de profesión de Moscú y Múnich.

Evidencia científica y análisis

En los últimos años ya se conocían algunos de los efectos adversos que los viajes espaciales podían provocar al el cuerpo humano: músculos atróficos, disminución de masa ósea o el deterioro de la visión son algunos de los ejemplos. Ahora, estos investigadores suecos han cuestionado la influencia de estar largos periodos en el espacio y su impacto en el cerebro humano.

El estudio ha precisado de la toma de muestras de sangre de los cosmonautas, con una media de edad de 49 años, 20 días antes de su partida. Estos estuvieron en la ISS durante 169 días, lo que corresponde aproximadamente a cinco meses y medio.

Tras su llegada a Tierra, los investigadores volvieron a tomar muestras de sangre, esta vez llevando a cabo un seguimiento. Para ello, extrajeron sangre un día, una semana y aproximadamente tres semanas, respectivamente, después del aterrizaje.

Los análisis indicaron que, para los tres biomarcadores NFL, GFAP y la proteína beta amiloide A \ beta 40, las concentraciones se elevaron significativamente después de la estancia espacial. Si bien los investigadores indican que los puntos máximos no ocurrieron simultáneamente tras el regreso, las tendencias de biomarcadores han quedado registradas a lo largo del tiempo.

Un avance que requiere de más estudio

El profesor de Neurociencia y uno de los dos coautores del estudio, Henrik Zetterberg, indica que es necesario explorar más estos elementos y asegura que este tipo de viajes espaciales “deberían evitarse” si se vuelven más comunes en el futuro.

“Esta es la primera vez que se han documentado pruebas concretas de daño en las células cerebrales en análisis de sangre después de vuelos espaciales”

Henrik Zetterberg, profesor de Neurociencia y uno de los dos coautores del estudio

Asimismo, los daños cerebrales también se sustentan en el análisis a través de resonancia magnética (IRM) de los cerebros tras los viajes espaciales. A pesar de demostrar el daño cerebral como tal, los coautores indican que el estudio “fue demasiado pequeño para investigar si existe una asociación en detalle”. Por este motivo, Zetterberg y sus coautores: el científico Nicholas Ashton y el profesor Kaj Blennow, están discutiendo actualmente estudios de seguimiento en colaboración con otros expertos y otros centros de investigación espacial.

“Si podemos resolver qué causa el daño, los biomarcadores que hemos desarrollado pueden ayudarnos a descubrir cómo remediar el problema”, concluye Zetterberg.

Henrik Zetterberg, Nicholas Ashton y Kaj Blennow. Foto: Universidad de Gotemburgo.

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