C. S. Madrid | viernes, 15 de abril de 2016 h |

Casi un 30 por ciento de las personas que viven en países desarrollados con el VIH tienen más de 50 años y los avances en el tratamiento permiten que este colectivo tenga una esperanza de vida cercana a la de la población general. Lo cierto es que la diferencia que existe entre la población infectada por VIH con acceso a tratamiento antirretroviral (TAR) y la población general se ha estrechado en los últimos años.

No obstante, como explica a GM Juan Berenguer, de la Unidad de Enfermedades Infecciosas/VIH del Hospital General Universitario Gregorio Marañón y expresidente de Gesida, si se diagnostica precozmente a una persona, se trata pronto, recibe los actuales fármacos que tienen buenos perfiles de eficacia-seguridad y tiene pautas de vida saludables, probablemente tendrá una expectativa de vida similar a la que tiene la población general no infectada por el VIH.

“Todavía no tienen la misma expectativa de vida, pero lo importante es que la mortalidad ha ido descendiendo y la horquilla entre población VIH y población general se ha ido estrechando”, indica el facultativo, al tiempo que incide en que el concepto a remarcar es el acortamiento que se está logrando en este aspecto.

Diagnóstico tardío

Sin duda, las estrategias de tratamiento adecuadas ayudarán a preservar la salud a largo plazo de las personas con VIH.

Iniciar el tratamiento inmediatamente después del diagnóstico conlleva una reducción del 57 por ciento de los casos de enfermedad grave y muerte.

En concreto, José Ramón Arribas, especialista en enfermedades infecciosas del Hospital Universitario La Paz de Madrid y coordinador de la Reunión Nacional ‘VIH: Punto de Encuentro 2016’, de MSD; subraya que para que un paciente tenga la misma supervivencia que uno sin enfermedad, debería tener las defensas en torno a 500 CD4 y llevar al menos cinco años con la carga viral suprimida.

“Lógicamente, si empieza el tratamiento con 100 CD4 tardará más en llegar a eso, de modo que lo ideal es diagnosticar a los pacientes por encima de 500 CD4”, comenta el especialista, quien prosigue, diciendo que, en Madrid, el 25 por ciento de los pacientes se diagnostican con menos de 200 CD4, cuando la media en España y Europa se sitúa en 350 CD4. Si un paciente tiene las defensas en torno a esa cifra, resultará más sencillo que alcance los 500 CD4. “Este es un mensaje muy potente de por qué se debe realizar la prueba diagnóstica, ya que cuanto antes se trate, mejores ratios de supervivencia hay”, subraya Arribas.

Respecto al por qué no se realiza más a menudo, los clínicos lo achacan a una falta de educación, incluso entre los propios profesionales y alertan de la importancia de normalizarla.

Comorbilidades

Además del aumento de la expectativa de vida y la preocupación que conlleva el diagnóstico tardío, los especialistas incidieron en la comorbilidad asociada a este colectivo.

Así, Arribas señala que según diversos estudios, se calcula que para 2030 casi el 70 por ciento de los pacientes con VIH tendrán más de 50 años.

Por otro lado, Berenguer recalca que con el aumento del envejecimiento, comienzan las comorbilidades cardiovasculares, metabólicas, renales, etc., asociadas a la edad. “Entre las personas infectadas con VIH estas patologías propias del envejecimiento son más frecuentes que entre la población general”, agrega.

En concreto, según trabajos de los últimos años, estos pacientes presentan una carga de enfermedades crónicas equivalentes a la población general 10 años más envejecida. Además, mientras que el 65 por ciento de la población entre 51 y 60 años no presenta ninguna comorbilidad asociada a la edad, el 58 por ciento de la población con VIH tiene al menos una enfermedad crónica adicional.

No obstante, el especialista precisa que esto ocurre porque este colectivo arrastra unos determinados hábitos y estilos de vida —el tabaquismo o el consumo de alcohol o drogas es más prevalente en personas con VIH— que junto al historial de enfermedades asociadas a esta patología y la toxicidad de los tratamientos de antes influyen en que la carga de comorbilidades sea comparable a una persona sin VIH 10 años mayor.

“Esto no significa que tenga que ser así en el futuro”, puntualiza Berenguer, al tiempo que Arribas concluye diciendo que los nuevos desafíos pasan por lograr “preparados de liberación prolongada y fármacos que se puedan administrar con menor frecuencia, además de los otros grandes desafíos como la curación de la enfermedad y una vacuna”.