| miércoles, 06 de noviembre de 2013 h |

En los últimos años, se ha identificado la microbiota intestinal como causa de múltiples patologías como, por ejemplo, la obesidad o algunos tipos de alergia. Ahora, un estudio publicado en la revista Science añade una patología más, la artritis reumatoide, a esta lista. “Se sospechaba desde hace años que el desarrollo de enfermedades autoinmunes como la artritis podía depender de la microbiota intestinal”, explica Diane Mathis, inmunóloga del Harvard Medical School de Boston. Pero no ha sido hasta ahora cuando estas sospechas han podido ser confirmadas.

Un descubrimiento que comenzó con el estudio de las células del sistema inmunitario Th17 por parte del equipo de investigación de Dan Littman, de la Universidad de Nueva York, que constató que la microbiota intestinal jugaba un papel esencial en el desarrollo de estas células, al demostrar que los ratones criados en condiciones estériles producían un nivel muy bajo de este tipo de células. Previamente, este grupo ya había identificado que el nivel de Th17 variaba en cada grupo de roedores en función del proveedor al que se los hubieran comprado. Littman presentó entonces estas conclusiones en un congreso y Mathis se interesó en el estudio.

Para trasladar esta investigación a humanos y descubrir si podría existir también algún tipo de microbio intetsinal causante de la artritis reumatoide en humanos, estos investigadores tomaron muestras fecales de 114 residentes en la ciudad de Nueva York, a los que dividieron en cuatro grupos: sujetos sanos, personas con artritis reumatoide desde hacía varios años, pacientes con artritis psoriásica (otro tipo de enfermedad autoinmune de causa desconocida) y sujetos recién diagnosticados de artritis reumatoide. Este último grupo era especialmente importante, ya que todavía no habían recibido ningún tratamiento.

Del análisis de estas muestras, Mathis y Littman obtuvieron que en el 75 por ciento de los sujetos del último grupo aparecía una bacteria llamada Prevotella copriwas en el intestino, frente al 37 por ciento de pacientes con artritis reumatoide desde hacía varios años y el 21 por ciento de los sujetos control en los que aparecía. Este último porcentaje de P. copri en sujetos sanos concuerda con estudios previos en población industrializada.

El problema es que, por cuestiones éticas, no es posible dar esta bacteria a sujetos sanos para que ver si desarrollan entonces la patología, por lo que solo es posible establecer una correlación entre esta bacteria y la artritis reumatoide. Además, también se ha asociado factores genéticos, medioambientales e incluso el tabaco al desarrollo de esta patología. “El siguiente paso es averiguar cómo de culpables son esta bacterias”, destaca Yasmine Belkaid, inmunóloga del Instituto nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Bethesda, en Maryland, que no ha participado en la elaboración del trabajo. Y esto requeriría estudiar estas bacterias en la población y esperar a ver quién desarrolla la enfermedad.

Para probar la hipótesis de que efectivamente es P. copri la causante de la artriris reumatoide, Littman y Mathis cultivaron una cepa de esta bacteria en el laboratorio con modelos murinos, comprobando que estos ratones comenzaban a desarrollar procesos inflamatorios, sobre todo en el intestino. Y, si bien es cierto que no desarrollaron artritis reumatoide, estos expertos explican que ello puede deberse a diferencias entre las cepas humanas y las murinas y que lo importante es que la infalamación intestinal coorobora la idea de que esta bacteria impulsa el desarrollo de las células inmunes que después atacarán otras partes del cuerpo.

Eso sí, a pesar de que esta es la posibilidad “más excitante”, Mathis reconoce que existen otras posibles hipótesis como, por ejemplo, que sea el propio sistema inmune de pacientes con artritis reumatoide el causante del descontrol en el crecimiento de P.copri o que incluso exista un tercer factor que afecte tanto al sistema inmune como a estas bacterias. Sea como sea, este descubrimiento abre la puerta a nuevas opciones de tratamiento, que quizás podrían tener menos efectos secundarios. En concreto, Littman cree que P.copri podría quizás ser “atacada” con antibióticos o incluso con algún tipo de probiótico.