Qué sindicalista de Madrid de apellido vasco quiere ocupar la plaza de Patricio Martínez al frente de la CESM?
Qué puesto ocuparon los sindicatos médicos de Madrid en el hospital en el que trabaja De La Morena?
Qué aspirante a presidir el Colegio de Madrid va diciendo que hay que cortar en seco con Uniteco y buscar nuevos aliados?
Qué sociedad científica intentará parar todo atisbo de protesta en Cataluña contra Boi Ruiz por parte de sus asociados? ¿Qué ha recibido a cambio?
Qué súbito quebradero de cabeza llevó a los dirigentes de la SEMG a prodigarse poco ante sus asociados en su último congreso?
Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’
Si el país anda carente de verdaderos líderes capaces de atraer a la gente joven y de involucrarles en la construcción diaria de ese proyecto apasionante que se llama España, como han denuncian las masas que se han echado a las calles durante las elecciones, los médicos no andan tampoco exentos de esa suerte de maldición. Como si de una réplica de la situación general se tratara, la profesión atraviesa quizás uno de los momentos más bajos de su gloriosa existencia. La culpa no es el frenazo en seco en la producción de verdaderos genios o de facultativos punteros en diferentes áreas, pues no se ha producido corte alguno y la actividad científica sigue progresando. Tampoco se debe al empeoramiento de la educación recibida por las nuevas hornadas que pueblan los hospitales y los centros de salud, pues el aprendizaje y la preparación resultante del sistema MIR son, si cabe, mejores que antaño. El problema se encuentra en las principales organizaciones representativas de la profesión, sumidas en una crisis y en una falta de liderazgo sin precedentes que les ha llevado a perder la brújula en más de una ocasión, a subsistir pendientes del enfrentamiento interno, o a ser simplemente ignoradas por los asociados forzosos o voluntarios a los que dicen representar. O se reinventan, se refundan de arriba a abajo y dan un giro de 180 grados, o perecerán ellas solas en medio de la autocomplacencia de sus actuales dirigentes, por ser incapaces de adaptarse a los nuevos tiempos y no prestar a sus asociados los servicios que requieren.
Donde la crisis se visualiza más en estos momentos es en el mundo colegial, especialmente en dos instituciones que deberían ser el estandarte de la profesión y que, no lo son, por diferentes circunstancias. Aunque Sendín ha intentado involucrar más a la OMC que sus antecesores en los problemas de grupos concretos de médicos y ha abierto su entidad a un espectro profesional mayor, lo cierto es que el sesgo político que ha imprimido a la casa madre de los facultativos, el absurdo enfrentamiento que mantiene con gran parte de la industria y con numerosos agentes del sector, y su silencio ante los tijeretazos estatales y autonómicos explican la mala percepción que existe en el sector acerca de su organización. A pesar de ser grandes estos fallos, donde ha errado la OMC es en el corporativismo mal entendido. Al tumbar la denuncia que presentó la radióloga Cristina Martínez contra el Colegio de Médicos de Madrid —pidió que su junta directiva hiciera una declaración de bienes y por ello fue expulsada de la misma—, dio legitimidad a una serie de acciones en las corporaciones profesionales que en cualquier país serio habría llevado a sus dirigentes en la calle. El fruto de aquella acción puede verse hoy en Madrid, en donde se ha instalado la política del todo vale, y en donde ante la insólita baja sin dimisión real de Juliana Fariña han sido durante meses Alarilla y Galán los que han hecho y deshecho a su antojo, con resultados tan sorprendentes como el cambio de entidad bancaria del dinero de todos los médicos a cambio de un interés menor, o la irrupción de empresas creadas o participadas por miembros de la Junta. No es de extrañar la ira de la anatomopatóloga en la última junta, pero que no diga que no estaba avisada. Ya se le advirtió aquí de lo que venía ocurriendo en su colegio e hizo caso omiso de las alertas recibidas.
Así pues, fallan los colegios, como también lo hacen los sindicatos y algunas sociedades científicas. Los enfrentamientos internos de la CESM así como la situación de alguna sociedad científica son ejemplos de ello.