| lunes, 16 de noviembre de 2009 h |

Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’

Los médicos especialistas sin título oficial, conocidos como mestos, no tienen a nadie que les defienda. Y eso es muy grave. Juan Antonio López Blanco, el subdirector de Ordenación Profesional del Ministerio de Sanidad, les ha recibido, lo que no es poco, y todo han sido palabras, buenas palabras, muy buenas palabras, pero nada más. Ni mapa nacional con la localización y el número de afectados por especialidades, ni nuevo decreto de regularización, ni nada de nada. El ministerio se remite al Congreso, en donde, por cierto, CiU ha tenido que pedir amparo al presidente de la Cámara, José Bono, para que fuerce al Gobierno a dar algún tipo de respuesta sobre la situación de estos profesionales. En fin, una pescadilla que se muerde la cola que Sanidad no sabe o no quiere desenroscar, en una muestra más de la nefasta política de recursos humanos que lleva desarrollando desde 2004. Y mientras esto ocurre, las injusticias que sufren los mestos crecen y crecen sin que nadie les ponga remedio. Ocurre, por ejemplo, que los hospitales tiran de ellos porque sin ellos no podrían funcionar, y como premio el sistema les niega el título que merecen sobradamente, como demuestran sus numerosos años de experiencia ejerciendo como especialistas. Los afectados pasan así sus días de calvario y se ven forzados a ver impasibles cómo médicos de otras latitudes les pasan por la derecha sin que las autoridades hagan nada para evitarlo.

La situación es fácil de resumir: en esta España en la que faltan facultativos en numerosas especialidades, a los mestos se les niega el título que merecen, mientras se permite que médicos foráneos de más que dudosa cualificación puedan obtenerlo merced a un sistema de homologación tan laxo como injusto, tan arbitrario como sangrante para los profesionales que ejercen como especialistas. Los casos son abundantes, y no es raro el gestor de un servicio regional de salud o el gerente de un hospital que describa anécdotas capaces de poner los pelos de punta a los pacientes, si supieran a quiénes pertenecen las manos que les atienden. La picaresca ha llegado a tal extremo, que decenas de médicos iberoamericanos que ejercen en cualquier país europeo recalan por un tiempo en España para obtener aquí el título que su nación de acogida, con toda lógica, les niega, dadas las facilidades que tienen para ello. Ya con el título en el brazo, vuelven a Francia, Reino Unido o Italia, por poner sólo tres ejemplos, con la denominación de especialistas. Ni que decir tiene que el enfado de las autoridades sanitarias de dichos países con respecto a la permisividad de España es más que mayúsculo: somos vistos como un coladero. Mientras, los sufridos mestos siguen bregando aquí con los pacientes sin que nadie tenga a bien regularizar su triste situación o poner el contador a cero para hacer tábula rasa en el Sistema Nacional de Salud.

No. El ministerio no puede mirar hacia otro lado cada vez que estos profesionales les exigen una solución. Es cierto que una nueva regularización masiva y excepcional podría acarrear problemas a Sanidad con algunas especialidades, temerosas de que la llegada de más miembros a las mismas rompa el mercado. Pero el área de recursos humanos del departamento que dirige Trinidad Jiménez está para eso y para adoptar soluciones, no para poner en práctica actuaciones dilatorias o para aplazar en el tiempo un problema que, al final, estallará de forma inevitable. Que a estas alturas no exista un mapa de especialistas sin título en España resulta tercermundista. Que las autoridades no hagan nada para poner a esta situación irregular lo es, casi, aún más. No resulta extraño el enfado de CiU en la Cámara Baja, como tampoco el de las asociaciones que representan a estos afectados, pilares del funcionamiento sanitario en España.