Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’
Malos tiempos para la lírica… y para la investigación biomédica en España. El proyecto de Presupuestos Generales del Estado para 2010 no invita, desde luego, a abonarse al optimismo. Si la cultura importa poco —salvo el cine cautivo y los actores del partido—, la ciencia y la investigación básica y clínica lo hacen menos aún para el Gobierno, que ha visto en ambas partidas el filón con el que pulir los graves desequilibrios contables producidos por la crisis económica y la pésima gestión de los recursos existentes. Al final, el modelo productivo alternativo que propone José Luis Rodríguez Zapatero frente al ladrillo es tan etéreo, que parece humo de tabaco. El mismo que quiere erradicar Trinidad Jiménez. Ni Plan Ingenio, ni megaministerio, ni apuesta por la I+D+i, ni conejos en la chistera de la Ley de Economía Sostenible… ni innovación alguna. Nada de nada. Lo que se ha producido es un ‘Salgadazo’ en toda regla inducido por las esencias de una depresión que, a ojos vista de Moncloa, no iba ni para crisis. Sólo pensar que algunos apoyaban la ley del vino muñida por la mano de esta mujer da grima.
La pregunta del millón es consabida: ¿y ahora qué? Ahora, más de lo mismo, o sea, iniciativa privada, iniciativa privada e iniciativa privada. Un año más, decenas, si no centenares de investigadores, tendrán que encomendarse tanto en la básica como en la clínica a laboratorios e industrias biotecnológicas, si quieren proseguir sus investigaciones. Es ley de vida y ley de ciencia… en España: el que pueda proseguir ensayos o participar en ellos desde los centros públicos lo hará, y el que no, quedará fuera, en una suerte de darwiniana selección natural periódica e inducida por los gobiernos de distinto signo político a lo largo de los años. Selección que, por cierto, merma todavía más la competitividad. Y mientras todo esto ocurre, Mariano Barbacid renuncia como directivo del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), la ministra Cristina Garmendia mira para abajo y calla, y Trinidad Jiménez sonríe, porque el tema ni le va ni le viene. El devaluado Instituto Carlos III sufrió la estocada mortal con el caprichoso traspaso, y de la investigación biomédica ya se encargarán a su aire los laboratorios farmacéuticos, que para eso cobran religiosamente por sus medicinas. Aunque luego haya que darles el palo.
Dicho de otra forma, todo un sinsentido, todo un despropósito, y toda una falacia. Como puede verse —que se lo digan a decenas de médicos españoles— ni dinero oficial, ni alharacas presupuestarias, ni cohetes. Pura propaganda y fuegos de artificio. Confiemos al menos en que durante la tramitación parlamentaria no salgan también perdiendo algunos centros que se salvan de momento de la quema, porque todo puede ocurrir en la viña de un Gobierno errático a la hora de sacar a España de la crisis, como evidencian las conclusiones del Fondo Monetario Internacional (FMI). Llegan tiempos malos y, por ello, llega el tiempo del ingenio. Allá donde existía acomodo, brotará ahora la picardía y surgirán como por arte de magia iniciativas punteras, fundaciones hospitalarias de nuevo cuño captadoras de recursos privados y soluciones improvisadas ajenas a cualquier previsión. Es España y así funciona. Un país capaz de subsistir a todo, incluso a los políticos. Y en medio de todo este desbarajuste y de esta marcha atrás, nadie dimite ni nadie dice nada. Los altos cargos asisten sumisos al tijeretazo y silban mirando al cielo cuando se les pregunta. Su puesto, de momento, está a salvo.