| domingo, 04 de octubre de 2009 h |

Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’

El Ministerio de Sanidad se encuentra paralizado. Lo cuenta Gaceta Médica y no puede estar más en lo cierto. Detrás de los fuegos de artificio de la gripe A y la humareda del tabaco, parcelas ambas que siempre proporcionan rédito mediático, poco más se sabe de la actividad que despliega el Paseo del Prado, desgarrado entre una apuesta social que no existe y una rémora sanitaria que tampoco cuaja. El ejemplo de esta inactividad latente, de esta desidia administrativa que traerá nefastas consecuencias al Sistema Nacional de Salud (SNS), está en el área de recursos humanos. Pese a lo dicho y cacareado por los equipos anteriores del ministerio, poco o nada han hecho Trinidad Jiménez y sus huestes en lo que llevan de mandato. El asunto, desde luego, no puede ser más grave. Nada se sabe, verbigracia, de la especialidad de urgencias y emergencias, como bien recuerda la sociedad española de la que aún no hay especialidad, la Semes, lo que hará imposible contar con residentes en 2011. Queda claro en este punto qué sociedad científica afín al partido en el poder ordena y manda en Sanidad y a quién escuchan los altos cargos de este departamento.

Tampoco se sabe nada de los mestos y su regulación, pese a que la Comisión de Sanidad del Congreso instó al Gobierno a elaborar un registro que los contabilizara de forma definitiva en todo el sistema. De aquello hace nueve meses, y el mandato era de un plazo máximo de seis. Como se ve, la directriz emanada de la Cámara Baja ha caído, como tantas otras, en saco roto, y los médicos que llevan años ejerciendo como especialistas sin tener el título ven cómo facultativos foráneos procedentes de otras latitudes son contratados en masa por los gerentes del sistema sin tener siempre una cualificación demostrada. Se quejan de ello los colegios de médicos. Se quejan los sindicatos profesionales. Y se quejan las sociedades científicas. Sus lamentos, sin embargo, caen siempre en el olvido de las autoridades, lo que merma la calidad de la asistencia.

Y en primaria, sucede más de lo mismo. Mientras sindicatos y voceros afines a Tomás Gómez y sus huestes lanzan todo tipo de soflamas contra Esperanza Aguirre y Juan José Güemes, y urden toda clase de estratagemas para hacer ver a la sociedad que existe oposición a la política sanitaria de Madrid cuando, vistos los resultados electorales, no existe ninguna —analícense las actuaciones de la ya atomizada Plataforma 10 Minutos, el llamado Grupo Antiburocracia o la Red Municipal de Salud—, el ministerio se olvida del primer nivel asistencial y hasta mantiene paralizada la Estrategia AP-XXI, aprobada nada más ni nada menos que por el Consejo Interterritorial de Salud allá por 1996. El silencio de los afines resulta elocuente en este punto. Deben haber perdido sus fuerzas con tanta diatriba contra la comunidad.

Cinco años después de la llegada del PSOE al poder, lo que subyace tras esta parálisis es la ausencia de un modelo sanitario en el partido, capaz de competir con el que propugna el PP. Más allá del estéril y manido debate sobre una privatización que no es tal, poca o ninguna idea existe en Ferraz sobre la dirección que ha de seguir el SNS en materia de recursos humanos. Los que la tienen, carecen de voz y no cuentan dentro del PSOE. Los demás, se mueven al vaivén de los acontecimientos y sólo confían en que la Sanidad no le dé también problemas a José Luis Rodríguez Zapatero, aplicando la máxima de que jamás se equivocará el que nada hace. Mal camino que obliga a las autonomías a actuar por su cuenta y riesgo, abriéndose así una brecha de dimensiones colosales en la cohesión del SNS.