| lunes, 17 de mayo de 2010 h |

Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’

Alberto Infante, Verónica Casado y Alfonso Moreno han hecho el papelón del siglo en el espinoso asunto de la troncalidad. Era de esperar. El primero ha sido hasta ahora uno de los responsables de los pocos fuegos que se le han creado a Trinidad Jiménez durante su primer año dentro del propio Ministerio, al impulsar con nocturnidad y alevosía unas críticas injustificadas contra la inexistente ilegalidad del área única sanitaria que la Comunidad de Madrid está a punto de instaurar. Como suele ser habitual, Tomás Gómez, el del libro blanco al que ponen verde hasta en Ferraz, salió escaldado. La ministra, por contra, ganó enteros al apostar por la verdad en aquella trampa absurda tendida contra Juan José Güemes y Esperanza Aguirre. Pero tuvo que mojarse y hasta disculparse telefónicamente con sus rivales políticos. La cruz en el nombre de su lugarteniente quedó entonces puesta.

La segunda de las citadas, Verónica Casado, también ha patinado con su actuación en la reforma de las especialidades. Era más previsible aún. Quien no goza de consenso y respeto entre los facultativos y las organizaciones del nivel asistencial al que pertenece, difícilmente podrá pergeñar luego un proyecto serio, solvente, creíble, legítimo, aséptico y riguroso sobre el futuro de las áreas médicas que hay en España. El bodrio que salió del Consejo de Especialidades y de la Comisión Nacional de Recursos Humanos del Consejo Interterritorial refrenda a sus enemigos, que se preguntan cuáles son las razones que sustentan su presencia en el ministerio, más allá de la de cumplir con la preceptiva y, al parecer, obligatoria cuota de la que goza la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (Semfyc) en el Paseo del Prado.

El patinazo de Alfonso Moreno era, posiblemente, el menos esperado y, por ello, quizás, el más injustificable. Se presuponía que como experto conocedor del mundo de las especialidades médicas iba a establecer un diálogo sereno y racional con todos y cada uno de los presidentes de las especialidades médicas que hay en nuestro país. Y se presuponía también que si no de todas, al menos de la mayoría sería capaz de obtener el consenso suficiente para emprender la reforma. Sin embargo, la ausencia de interlocución con Facme —la federación que aglutina a las sociedades científicas—, la elección casi arbitraria y desde luego inducida por el mayor o menor tono de las críticas de las especialidades que quedan dentro o fuera de los troncos comunes, y la debilidad del documento que salió del Consejo le han puesto en el más absoluto disparadero. ¿Por qué materias que eran troncales dejaron de serlo en cuestión de semanas sin explicación aparente ante semejante vaivén?

A Trinidad Jiménez se abrió un grave problema en el momento en el que más sonaba su nombre para un posible ascenso dentro del Gobierno o como verdadera punta de lanza de Zapatero contra Esperanza Aguirre en Madrid, en sustitución del endeble Gómez. Obsesionada con pulir su imagen mediática, depositó su confianza en sus lugartenientes para que mantuvieran en calma a la siempre extraña clase médica. Pensó incluso que una OMC ganada para la causa y la existencia de conocidas organizaciones satélites que actúan de ariete contra el PP le reportarían tranquilidad absoluta. El error fue mayúsculo. Una vez más, José Martínez Olmos ha tenido que ser el apagafuegos del ministerio. Su mediación, requerida por la ministra, ha sido determinante para la desconvocatoria de la movilización masiva de estudiantes en Madrid. ¿Dimitirá alguno de los causantes de las llamaradas? ¿Rodarán cabezas en Sanidad?