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Buena parte de los grandes hospitales españoles se han embarcado en un proyecto de investigación del Grupo de Farmacia Pediátrica de la Sociedad Española de Farmacia Hospitalaria (SEFH) que permitirá detectar los posibles errores de medicación que se producen en la prescripción en la atención al paciente pediátrico. La iniciativa, que echó a andar el pasado mes de octubre, está financiada por la sociedad científica y ocupará durante un año parte del tiempo de los profesionales del servicio de FH de hospitales como el Vall d’Hebron, Gregorio Marañón, 12 de Octubre, Carlos Haya, Virgen del Rocío y Juan Canalejo.
Mientras se obtienen los datos que permitan valorar este impacto, la impresión de los especialistas es que no es precisamente la labor del facultativo la que complica la tarea del farmacéutico de hospital a la hora de aplicar los tratamientos infantiles. Lo explica a GM Esteban Valverde Molina, jefe de Sección de la Unidad de Gestión Clínica de Farmacia del Hospital General Universitario Carlos Haya de Málaga y coautor de la obra “Farmacia Pediátrica Hospitalaria”, editada con la colaboración de la compañía AstraZeneca.
“La formación de los médicos no supone una barrera, conocen la problemática en terapéutica pediátrica”, asegura. Valverde hace hincapié en que la verdadera traba es la falta de tratamientos específicos para niños. “Esto hace que en muchas ocasiones, por ejemplo, haya que solicitar determinadas terapias a través de la vía de uso compasivo, lo que aumenta la burocracia y complica innecesariamente el trabajo en un momento en el que no siempre se puede esperar”, subraya.
Valverde insiste en que hay que desechar de la práctica clínica la idea de que un niño es un adulto pequeño. La referencia no sirve a la hora de calcular y aplicar las dosis de determinados fármacos tomando como referencia la posología indicada según el peso del paciente. “Es un error frecuente, aunque por suerte cada vez menos”, explica el especialista, que recuerda que la cinética del fármaco en el niño no tiene por qué ser igual que en el adulto: “Los cambios físicos, metabólicos y psicológicos asociados al crecimiento de la población infantil y adolescente revelan que no se puede tratar a los niños como adultos pequeños, ni tan siquiera como un grupo uniforme”, aclara.
Las consecuencias de aplicar esta equivocada regla de tres actúan a dos niveles. Si el metabolismo está activado y es mucho más rápido en el niño, es probable que no se consigan dosis correctas, estaría “infradosificado”, según el autor. Por el contrario, si el metabolismo funciona de manera más lenta en el paciente infantil que en el adulto, estaría “sobredosificado”.
Estos errores de cálculo pueden cometerse en todos los fármacos que se emplean en la población pediátrica, que por regla general, y con la excepción de medicamentos geriátricos o antidepresivos, comparten el arsenal terapéutico con los adultos.
Decisiones difíciles
Aumentar el número de ensayos clínicos con niños es una de las vías principales para garantizar la seguridad en estos pacientes. Una tarea difícil hasta la fecha que hace que, a día de hoy, la Agencia Europea del Medicamento cifre la orfandad terapéutica en la población pediátrica en torno al 50 por ciento. Valverde considera que este porcentaje se acerca a la realidad si se observa de forma general: “No hay ensayos clínicos en niños y en muchos fármacos no hay datos que permitan saber cuánto hay que darle”, asevera.
Aunque se apunta a los condicionantes éticos y a la complejidad del diseño de los ensayos clínicos en pediatría para justificar esta situación, el autor considera que hay otras barreras como la falta de interés comercial: “Hacer un ensayo clínico es muy costoso y tal vez la inversión no sea interesante, pero también es difícil conseguir que los padres admitan que se prueben las dosis con sus hijos”, puntualiza.
En cualquier caso, reconoce que la situación ha variado sustancialmente en los últimos años. La aplicación del reglamento europeo 1901/2006 sobre medicamentos pediátricos ha permitido que se incremente el número de ensayos en niños y adolescentes. Además, “poco a poco se intenta sensibilizar a la industria farmacéutica de esta necesidad, pero aún así, si se observa gran parte de las fichas técnicas en el laboratorio se ve que no hay experiencia con menores de uno o dos años”, explica.
Aún así, Valverde espera que el panorama cambie y que en un futuro se puedan realizar ensayos no solo de medicamentos bien conocidos en adultos para completar la información sobre seguridad y posología, sino también en las etapas tempranas del desarrollo del medicamento.
Dispensar una cantidad proporcional al peso puede llevar a “infra” o “sobre” dosificación
“Es difícil conseguir que los padres admitan que se prueben las dosis con sus propios hijos”
Solo en los grandes hospitales los servicios de Farmacia Hospitalaria cuentan con plantillas específicas para atender a los pacientes pediátricos, mientras que en los centros comarcales, aclara Esteban Valverde, los profesionales compaginan su actividad con el resto. Dentro de su formación, los farmacéuticos internos residentes rotan por los servicios de Pediatría o las áreas de Tocoginecología, donde adquieren parte de sus conocimientos. No obstante, los especialistas echan en falta un programa formativo acreditado en esta área, una carencia de la que ha tomado nota el Grupo Español de Farmacia Pediátrica y que sustenta la edición del libro “Farmacia Pediátrica Hospitalaria”. En esta publicación han participado más de 70 autores, coordinados por Esteban Valverde y Mª Teresa Pozas, presidenta del Grupo Español de Farmacia Hospitalaria, que pretende recoger una actualización de las bases de conocimiento sobre aspectos centrales de esta práctica y ofrecer una revisión de los procedimientos farmacoterapéuticos de las principales patologías pediátricas, además de proporcionar un análisis de documentos y orientaciones éticas relacionadas con los ensayos clínicos en niños.